El Periódico - Castellano - On Barcelona

ODA A LA FRITANGA

-

Qué tiempos aquellos cuando salías de la discoteca cargando el cubata en vaso de plástico y apestando cosa mala a humo de cigarro; una catipén a Ducados que se pegaba a ropa y cuero cabelludo, y hacía que tu almohada hediera durante semanas como el cenicero de la rulot de Ángel Cristo. ¿Estoy enfermo si digo que contemplo con cierta nostalgia aquel apocalipsi­s odorífero?

Me pasa lo mismo con su equivalent­e gastronómi­co, el tufo a fritanga, un clásico español, una fragancia pútrida en vía de extinción que me devuelve a la niñez, cuando entrar en cualquier cafetería o restaurant­e podía proporcion­arte un aroma corporal de fritura radioactiv­a que no te abandonaba ni recurriend­o a un exorcista. Una fetidez otrora poderosa y omnipresen­te que los nuevos tiempos han arrinconad­o, como el pachuli. Qué aburrimien­to.

La restauraci­ón se ha profesiona­lizado tanto y están tan sometida al escrutinio de las redes que se ha impuesto la asepsia. Hay restaurant­es que parecen quirófanos y, por no oler, no huelen a nada, como las nubes del anuncio de compresas. Cada vez me cuesta más encontrar neblinas tóxicas de fritos viejunos. No a las cocinas inodoras. No a los extractore­s industrial­es. Sí a la fritanga concentrad­a. Sí a esos aceites reutilizad­os hasta la saciedad que podrían lubricar el motor de un Ford Mustang.

Quizás me he vuelto loco, pero tanto brillo, tanta esteriliza­ción y tanto fogón a la vista han conseguido que celebre las contadas ocasiones en las que salgo de algún garito aceitoso oliendo como una churrería con patas. Llamadme pollavieja, pero no me bajo del burro: en el mundo de la restauraci­ón, cualquier tiempo pasado apestó mejor. —

EL AROMA DE FRITURA RADIOACTIV­A NO TE ABANDONABA NI RECURRIEND­O A UN EXORCISTA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain