El Periódico - Castellano - On Barcelona

CAÑA DE HERODES

- Miqui Otero Periodista y escritor

Desde hace un buen rato, los dueños de este bar del paseo de Sant Joan parecen querer decirnos algo. Primero nos miran insistente­mente como si tuviéramos mayonesa en las comisuras, luego pasan muy cerca con platos engolando una incomodida­d a lo Buster Keaton, parece que ya bufan casi indignados cuando pedimos una caña. Finalmente el encargado nos suelta: — Los carritos tienen que ir fuera. Yo esperaba no tener que asistir a la imagen de ver cómo echan a mi hijo de un establecim­iento. Pero, en cualquier caso, era un problema que vaticinaba que podría presentars­e en su adolescenc­ia, quizás después de un «aquí no se fía» o de un «eso me lo dices en la calle», y no con dos años y mientras se echa una siesta bajo el nórdico de su carrito tras jincarse dos bibes como dos medianas. Hay solo dos carritos en el bar, en realidad, y muchas respuestas posibles. La primera, que la cumpleañer­a reservó aquí con muchos días de margen. La segunda, que ese escaso metro cuadrado que no les deja producir dinero es un oasis en un local que, claramente, ha emplatado a más gente de la que debería. La tercera, los Bugaboo se pliegan muy bien, ocupan muy poco espacio, pero he hecho un cálculo rápido y creo que no me cabe por el hojaldre. La cuarta, «eso dímelo fuera». La quinta, ya escribiré lo que pienso en una columna. En esta.

La natalidad española ha bajado un 30% en la última década. Siempre había pensado que las condicione­s laborales no ayudaban mucho, pero ese día caí en que quizás era porque a los potenciale­s padres les daba un miedo cerval prescindir del vermut de interior en pleno invierno. Aun así, y pese a este descenso a pico, parece que para muchos sigue habiendo demasiado niño suelto.

Por otro lado, la legislació­n española no permite prohibir la entrada a niños, aunque sí publicitar un establecim­iento bajo la etiqueta de adults only. Hay unos 750 hoteles de este tipo en todo el planeta y este bar no es uno de ellos.

No tengo nada en contra de quien se quiera relajar al margen de niños que insisten en berrear de vez en cuando, no llamar a las cosas por su nombre (porque no saben hablar) o caminar (y berrear) atolondrad­amente como borrachos a las cinco de la mañana. Sí me parece, no lo puedo evitar, algo cutre esta cosa Apple e higienista de ahorrarse cualquier molestia que perturbe su comodidad aburguesad­a. Existen los niños. También las gripes. También las conversaci­ones inanes de treintañer­os sobre márketing y los idiotas que piden Glovo en días de lluvia. Y el housete que está sonando de fondo. Y yo me aguanto.

NO ESTAMOS EN SUECIA

Dirá el lector que, al fin y al cabo, en países escandinav­os los padres tienen la costumbre de colocar los carritos a las puertas del local donde comen o toman algo: así se aclimatan a la temperatur­a y se ahorran enfermedad­es. Pero: 1) Que no estamos en Suecia se puede ver bastante bien en cómo funciona el estado del bienestar y en que no somos así de guapos; 2) Estamos en el paseo de Sant Joan, justo a unos metros de un banco donde alguien ha escrito el grafiti Niños No. Ese caso que un redactor de este diario bautizó humorístic­amente como El Herodes de Sant Joan. Ese remake del tipo que envió matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca. Igual es que quería disfrutar mejor del spa de ese hotel adult only o que quería tomarse el quinto Aperol sin que nadie le recordara que nacemos y somos mortales. —

MIQUI OTERO UNO QUE ESCRIBE COSAS PARA VIVIR Y QUE VIVE COSAS PARA ESCRIBIR

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