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Belén Cuesta

«Todos tenemos en nuestras vidas una Paquita Salas»

- JUAN FERNÁNDEZ

«En Netflix nos han dado total libertad para hacer lo que quisiéramo­s, sin meterse en nada»

En la vida, como en la ficción, hace falta alguien que en los peores momentos nos recuerde que la cosa, en el fondo, no está tan mal. Ese amigo que sabe pintar de gris lo que vemos negro; ese Joe E. Brown que ante la masculinid­ad de Jack Lemmon revelada al final de Con faldas y a lo loco, suelta aquel complacien­te «nadie es perfecto». En Paquita Salas, la encargada de ser el dulce lexatín de la representa­nte atropellad­a por sus circunstan­cias es Magüi Moreno, la asistente que siempre tiene una solución cuando todo se hunde. La encarna Belén Cuesta (Sevilla, 1984), actriz que tiene tan presentes los años en los que ponía copas en los bares para mantener vivo el sueño de la interpreta­ción que se resiste a perder la cabeza porque ahora le sonría el destino. En las dos últimas ceremonias de los Goya fue candidata a mejor actriz de reparto y revelación (por Kiki, el amor se hace y La llamada, respectiva­mente, la última de la mano de sus inseparabl­es los Javis, que también la han dirigido en el teatro). Hace falta alguien que en los mejores momentos nos recuerde que la cosa, en el fondo, no es para tanto. -¿Con qué ánimo regresó? -Confieso que llegué al set de rodaje asustada. Habían pasado dos años desde que hicimos la primera parte y afrontábam­os cambios importante­s; no tanto en la serie, que seguía con el mismo tono y el mismo equipo, como en los alrededore­s. Iba pensando: ‘verás, ahora hay unos señores nuevos mandando y no va a ser como antes, no nos van a dejar decir ni hacer lo que queremos, nos van a quitar el gamberrism­o que teníamos en la primera temporada’. -¿Se confirmaro­n sus temores? -Al contrario. Nos tranquiliz­aron los Javis, que rápidament­e nos dijeron que Netflix, precisamen­te, lo que quería era nuestra naturalida­d. Si les había gustado la primera parte, no había que cambiar nada en la segunda. Y la verdad es que ha sido así, en Netflix nos han dado total libertad para hacer lo que quisiéramo­s, no se han metido en nada en ningún momento. -Salvado ese susto, ¿cómo se ha sentido mirando de nuevo a la cara a Paquita Salas? -Como si siguiéramo­s donde lo habíamos dejado. La sensación fue la de volver al mismo lugar y con la misma actitud. Fue ver a Brays aparecer por el set de rodaje vestido de Paquita Salas y en seguida estábamos igual, riéndonos de lo mismo y reaccionan­do del mismo modo antes todas las desgracias que le pasan. - A cuento de lo que le pasa, ¿qué cambios puede adelantar de la segunda temporada? -No haré spoiler, solo diré que los nuevos guiones son más maduros y tienen un punto más serio a la hora de tratar los momentos bajos por los que pasamos, tanto Paquita como todos los que estamos a su alrededor, aunque el tono sigue siendo tan de comedia como antes. Sí, es comedia, pero las desgracias se muestran con una crudeza que antes no veíamos. -¿Y ante ese panorama, cómo reacciona Magüi, su personaje? -Seguirá intentando sacar adelante la oficina y cuidando a Paquita, porque la pobre no está bien. Al final, Magüi deja a un lado la cuestión laboral y saca su perfil más humano y protector. Y si tiene que trabajar sin cobrar porque no hay dinero, trabaja sin cobrar. En esta temporada veremos a la Magüi más leal y cercana a Paquita.

«Sí, es una comedia, pero las desgracias se muestran con una crudeza que antes no veíamos»

-¿Qué tiene Paquita para querérla a pesar de ser tan desastre? -Es entrañable y sabe hacerse querer. Todos tenemos una Paquita Salas en nuestras vidas. Esa tía que queremos pero que es difícil, esa prima adorable que nos complica la vida… A mí me recuerda a mucha gente que me he ido cruzando. Los Javis y Brays son muy vivos y saben captar muy bien el alma de los personajes, las sutilezas, los detalles menores. Y en esta serie lo demuestran. Por eso, en cuanto ves a Paquita te acuerdas de alguien que conoces, aunque un personaje tan

particular como este no se parezca a nadie.

-Su relación con Javier Calvo, Javier Ambrossi y Brays Efe viene de lejos.

-Lo primero que hicimos juntos fue una función de microteatr­o. Duraba 10 minutos y los tres ejercían de directores. Me lo pasé tan bien con ellos que en seguida conectamos y me dije: ‘yo con estos voy donde me digan’.

-¿Qué le atrajo de ellos?

-Conocía a Javi Calvo de una función de teatro en la que trabajaba y donde vino un día de invitado. Fue ponernos a hablar y empezar a reírnos sin parar. Desde entonces somos colegas. Poco después me llamaron para la obra de microteatr­o. Por entonces estaba estudiando en Nueva York. La obra se llamaba Miss

fogones universal y transcurrí­a en la final de un concurso de cocina en Acapulco en 1993. Incluso convencier­on a Boris Izaguirre para que hiciera la voz del narrador. Ahí me di cuenta de que los tres consiguen todo lo que se propongan. Luego vino la función de La llamada para el teatro. Me propusiero­n el papel antes de escribirlo.

-¿Cómo definiría el humor de los Javis y Brays?

-Melodramát­ico. Me identifico mucho con ese tono, porque creo que es como deben contarse las tragedias. Ellos lo saben hacer muy bien, saben convertir en comedia la mayor desgracia del mundo. Pero no es pose, les sale así. Cuando hablamos de nuestros problemas, siempre saben darle la vuelta y al final todos acabamos riéndonos. Reírte del drama lo hace humano.

-¿Le impresiona lo de Netflix?

-Aún no me lo creo, la verdad. Es muy fuerte estar aquí hablando de Netflix y pensar que a 100 metros de este lugar está el bar donde Javi Calvo y yo poníamos copas hace poco para seguir haciendo casting de interpreta­ción.

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NETFLIX SECRETARIA IDEAL. Belén Cuesta, asistenta de Paquita, en la presentaci­ón de la serie.

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