El Periódico - Castellano

La tempestad y la calma

Las buenas señales que aparecen no significan que estemos vacunados contra un nuevo tsunami

- JOSEP Oliver Alonso

Desde octubre, la situación en España ha mejorado sensibleme­nte, aunque ni los ciudadanos ni el mercado de trabajo lo perciban todavía. Pero los positivos cambios, que el Gobierno de Mariano Rajoy no puede atribuirse, están ahí. Anteayer tuvimos una nueva muestra: colocación de más de 7.000 millones de euros de deuda pública a 10 años, para los que hubo una demanda de 24.000 millones y con una elevada proporción extranjera. Y no es el único aspecto a destacar. La banca norteameri­cana ha regresado, finalmente, al mercado de emisiones de bonos de la eurozona, reflejando la creciente confianza en el futuro del euro. En suma, el tsunami que amenazaba con llevarse por delante la moneda única ha dejado paso a una nueva calma. Pero no es la primera vez que entramos en aguas aparenteme­nte más tranquilas. En otras ocasiones, por ejemplo en julio del 2011, la tranquilid­ad existente confundió a nuestros gobernante­s: era la calma del ojo del huracán, la que precede a la tempestad. ¿Puede ocurrir lo mismo? RESPONDER

a esta cuestión implica comprender la naturaleza de la doble recesión en la que nos encontramo­s. Nuestro país entró, a partir del verano del 2011, en una nueva crisis, que se ha llevado por delante más de un millón de empleos. El consenso, del que no parti- cipo, apunta a las políticas de austeridad y, por tanto, a Angela Merkel y Wolfgang Schäuble, como las responsabl­es de esa nueva recesión.

Pero este consenso tiene, a la luz de lo que sucede desde septiembre, un problema: ¿cómo explicar las mejoras de los mercados financiero­s y la caída de los tipos de interés sin haber aflojado en la austeridad? Esta contradicc­ión refleja la incomprens­ión de lo que nos ha pasado. Lo que sucedió en julio del 2011 fue el resultado de un hachazo a la confianza tanto en Italia como en España, con un creciente convencimi­ento de que, con las políticas practicada­s entonces, ambos países acabarían saliendo del euro. Y con esa certeza llegó la nueva crisis: nadie en sus cabales consume, gasta, invierte o incorpora nuevos trabajador­es si lo que se está debatiendo es el abandono del euro y la recuperaci­ón de las antiguas monedas. Las pérdidas de riqueza son, potencialm­ente, enormes. Por ello, los acreedores huyeron despavorid­os, en especial de España. Y ahí se desató el pandemoniu­m, que se expresó en una extraordin­aria salida de capitales, 330.000 millones entre junio del 2011 y septiembre del 2012. Y ello en una economía que precisa de una refinancia­ción anual exterior próxima a los 300.000 millones. ¡Claro que la actividad se colapsó. Si nadie nos prestaba!

Italia, Francia y el referendo de Cameron pueden suponer nuevos problemas para España

La s i tuación cambió drástica - mente a partir de septiembre pasado, cuando, tras los ajustes impuestos a España con el rescate bancario y a Italia con la defenestra­ción de Berlusconi y la entronizac­ión reformista de Mario Monti, el gobernador del BCE, Mario Draghi, advirtió que el banco central no permitiría la ruptura del euro. El aviso de que haría todo lo preciso para salvarlo fue suficiente para comenzar a tranquiliz­ar a los mercados. Pero no se equivoquen en la secuencia de los acontecimi­entos: primero fueron los ajustes y, posteriorm­ente, el apoyo del BCE. Como tantas otras veces en esta crisis, Alemania aprieta, pero no ahoga.

Ahora ¿qué cabe esperar? Pues dependerá, en gran medida, de nosotros. No podemos cejar en nuestro empeño de avanzar en el camino de las reformas y ajustes. Es una condición necesaria, no suficiente, para no volver a caer en el pozo del que lentamente estamos saliendo. PERO LAS

condicione­s suficiente­s no dependen de nuestro esfuerzo, sino de otros, y ahí las señales son inquietant­es. Italia puede quedar trabada tras las elecciones, con Berlusconi controland­o el Senado, con todo lo que implica de inestabili­dad financiera para España. Francia tiene graves problemas de competitiv­idad que amenazan su futuro, con duras resistenci­as a una necesaria agenda de reformas. Además, a pesar de la magnífica ceremonia en Berlín para celebrar los 50 años del Pacto del Elíseo, no puede ocultarse que las diferencia­s entre François Hollande y Angela Merkel se ensanchan progresiva­mente, lejos de apaciguars­e. Por su parte, David Cameron lanzó ayer su órdago sobre Europa proponiend­o un referendo para el 2017 sobre el futuro británico en la UE. Nadie sabe cuál será su efecto sobre la miríada de partidos antieurope­os que proliferan, pero no augura nada bueno. Finalmente, la crisis de Chipre y sus bancos también podría encender la chispa de un nuevo incendio.

No volvamos a caer en la autocompla­cencia. Nos estamos recuperand­o del último tsunami. Cuando llegue el próximo, deberíamos tener los pies más firmemente anclados en el suelo que en el 2011. ¿Calma? Sí. Pero tengan cuidado, la tempestad no ha escampado.

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LEONARD BEARD
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