Arquitecto, a tus zapatos
Qué idílica sería una sociedad donde el farmacéutico supiese erigir rascacielos, un ingeniero aeronáutico hiciese de fiscal y un arquitecto te psicoanalizase. Pero por el momento, mejor cada uno a sus zapatos.
Se exhibe actualmente en la Pinacoteca Moderna de Múnich una exposición antológica: El arquitecto, historia y presente de una profesión. Arranca en el antiguo Egipto, pasa por el renacimiento y nos conduce de forma fascinante por la evolución de esta profesión hasta nuestros días, justo cuando está a punto de desaparecer. Al menos en España, y gracias a una ley de presunta liberalización profesional que se suma, cual puntilla, a los efectos del ladrillazo.
Arquitecto viene del griego árche, dirigir, guiar, y de técton, inventar o construir. Es una profesión milenaria, según Renzo Piano la más antigua de la Tierra –¿no era la otra?–, y siempre ha basculado entre el arte y la técnica con una gran
El valor de esta profesión milenaria radica en su rica ambivalencia integradora
dosis de humanismo. El arquitecto no sabe mucho de nada sino más bien un poco de todo. El chiste lo define como el que no es lo suficientemente macho para ser ingeniero ni lo suficientemente amanerado para ser decorador. En esa rica ambivalencia integradora es donde radica su valor, visible en las calles y que debemos preservar.
Y no se trata de gremialismo, sin duda despreciable, sino de defensa de valores sociales. No confundamos los colegios de arquitectos con los arquitectos. Los colegios profesionales agrupan sin distinción al mejor y al más despreciable colega. No se trata de mantener estructuras de privilegio sino, por el contrario, de regular un espacio claro de intervención responsable y cualificada.
La exposición revela que Italia y España baten el récord de arquitectos por cada mil habitantes. Ahora te sueles encontrar a muchos haciendo de taxista o camarero. Eso sí es liberalizar el sector. Bravo, brotes verdes.