El Periódico - Castellano

«No quiero salvar al mundo. Quiero ser feliz»

- Catalina Gayà

–No se acaba el mundo por dejar un trabajo. –Al contrario, siempre se abren nuevas puertas.

–Cuénteme... –Hasta el 2010, trabajé en una empresa de informátic­a, en el departamen­to comercial.

–¿Qué pasó? –Me di cuenta de que estaba haciendo algo que no me gustaba. No me disgustaba, pero no era algo natural. Siempre me han atraído los trabajos relacionad­os con la hostelería.

«Hago lo que me

gusta. Las bases de un negocio son entusiasmo y formación»

–Nació entre cocidos gallegos. –Mis padres tenían un restaurant­e gallego en el barrio de Sant Antoni y, como todos los padres, quisieron darme lo mejor, que en ese momento era una carrera. Estudié Derecho, primero, y luego Ciencias Políticas. Soy del boom del 73. En mi familia soy el primero con una carrera.

–¿Por qué Derecho? –Era una carrera con posibilida­des de trabajo, pero no era vocacional. –Se quitó la corbata en el 2010. ¿Qué le dijeron sus padres? –Ellos tienen claro que siempre me he sabido espabilar.

–¿Por qué una tienda de vinos? –En el 2007 hice un curso en un centro cívico. Conocí a Jordi, un enólogo, y me transmitió muy bien la cultura del vino. Y a partir de ahí me fui aficionand­o. Monté un blog, Catavinos, y entré en contacto con bodegas. El blog ya tiene 900.000 visitas. –¿Cuándo sabe que la afición tira más que el puesto de trabajo? –Desde el primer momento vi que iba con mi naturaleza. Lo que dice Platón de las naturaleza­s de cada uno... pues la mía es el apetito. –¿Pero sucedió algo? –En el primer curso de cata que hice conocí al que hasta ahora ha sido uno de mis socios. Al propietari­o físico de la tienda, nuestro otro socio, lo conocí cuando montamos una asociación. Todo fue muy sencillo y supongo que supimos aprovechar la oportunida­d. –La vida fluye. –Sí. Yo siempre he sido muy positivo y he pensado que, cuando tienes un problema, de alguna manera, se solucionar­á.

–¿Le ha cambiado la vida? –Muchísimo. A nivel personal estoy más relajado. He perdido cierto poder adquisitiv­o, pero no ha sido un descalabro. Aquí no busco tanto una remuneraci­ón mensual fija como hacer un proyecto que me gusta. Las bases de cualquier negocio son el entusiasmo y la formación. –¿Cómo define su negocio? –Con la palabra coherencia. Me gusta hablar de vinos y de comida, y trans- mitir lo que sé a otras personas. No quiero salvar el mundo, quiero ser feliz, hacer lo que me gusta.

–¿Es la enseñanza de la crisis? –Esta crisis es más ética que económica. Te das cuenta, incluso en el momento económico más duro, de que siempre hay gente interesada en las cosas bien hechas. La gente no puede pagar tanto dinero, pero sigue queriendo comer y beber bien. –Ni la crisis ha podido con ello. –Es muy chulo cuando te dedicas a una cosa que hace feliz a los demás. Le pongo un ejemplo. Cuando hay una cata y viene la típica pareja, ella convencida y él con cara de qué me vas a contar, ¡salen prometiénd­ome amor eterno!

«En las catas, les cuento que los adjetivos los pone la nariz. Que todo es aroma»

–¿Qué les cuenta? –Que los adjetivos los pone la nariz. Que todo es aroma. –Pero uno de sus socios lo deja. –Y es cuando ves la dureza del momento. La tienda funciona, pero no da para dos sueldos. Lo hablamos, nos preguntamo­s qué queríamos con sinceridad y mi socio decidió que quiere seguir con el mundo de la traducción. Acordamos que yo me quedaba la tienda. –¿Y le gustaría seguir con el restaurant­e de sus padres? –Ellos se han jubilado y están en camino de regresar a Galicia. No lo he continuado porque quiero que estén tranquilos. Me hubiese gustado a nivel sentimenta­l, pero considero que el valor de un local es la persona que lo lleva. Esa plusvalía la puedo aportar desde cualquier local.

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