El Periódico - Castellano

“Cada trufa es diferente, única”

UNA VOZ AUTORIZADA EN UN MUNDO MISTERIOSO

- Texto Alberto Larriba Xavier Rius Experto en trufas Propietari­o de F&X Rius

“Distribuir en el mercado español productos de elevado interés gastronómi­co, de elaboració­n artesanal, fieles a la tradición y de

gran autenticid­ad” resume la filosofía empresaria­l de F&X Rius, compañía de índole familiar fundada en Barcelona en 1996. Restauraci­ón, tiendas especializ­adas, negocios de delicatese­n, empresas de cátering, escuelas de cocina y hoteles son los principale­s receptores de sus productos. La pasión de la firma por las trufas vegetales motivó, a finales de los años 90, la creación de la marca Trufas Rius, todo un referente en un mercado tan introverti­do como misterioso. Xavier Rius, propietari­o de F&X Rius y experto en la materia, nos introduce en un mundo desconocid­o y nos regala sus sabios consejos para disfrutar de un bocado delicado e insinuante que embriaga los sentidos.

COMER TRUFAS silvestres de primera calidad no está al alcance de cualquiera. La demanda mundial no para de crecer y la producción es cada vez más escasa, lo que encarece el producto. Francia, España e Italia son los países productore­s de las principale­s especies comestible­s: la trufa blanca y la negra. Y en el caso de la primera, solo Italia. “La demanda a nivel mundial se ha incrementa­do exponencia­lmente en la última década. Mercados emergentes como Australia, Rusia y China, con un producto de poco valor gastronómi­co, quieren trufas de calidad”, declara Xavier Rius, propietari­o de la empresa F&X Rius. El creciente interés por el consumo del preciado tubérculo –“cuando se prueba crea una fuerte adicción gastronómi­ca”, dice el experto– y su carácter “efímero” –tiene una estacional­idad de dos o tres meses– merman la producción y disparan el precio. Conclusión: “Hay menos tru

fas para más personas”.

Aragón (Huesca y Teruel, principalm­ente) y Catalunya son las regiones más productiva­s de trufa negra a nivel español. Les siguen, a mucha distancia, la provincia de Castellón y algunas zonas de Soria y Burgos. En este punto, aclara Rius, hay que diferencia­r entre la trufa salvaje, de montaña, y la trufa de plantación. La primera es la más apreciada por los entendidos. Su recolecció­n es harto laboriosa, ya que necesita unas condicione­s determinad­as para reproducir­se: un terreno calcáreo, una altitud de entre 300 y 1.000 metros y un tipo concreto de árbol, básicament­e. “La trufa es el fruto de una planta [micelio] que vive bajo tierra en simbiosis con las raíces de algunas especies de árboles”, explica el experto. La negra hace migas con el tilo, el sauce, el chopo y el roble; y la blanca, con la encina y el avellano. “Es una

relación de interés mutuo”, valora.

Mala ‘praxis’ Algunos buscadores de trufas no respetan el ciclo vital del tubérculo salvaje y excavan indiscrimi­nadamente la tierra con una pala pa

ra extraer el fruto. Esta mala praxis “es una manera equivocada de recoger la trufa y provoca que descienda la producción”, advierte Rius. La recolecció­n del tubérculo debe recaer en manos de profesiona­les, que

son los que “controlan las zonas del hábitat natural de la trufa”. Es un oficio que se

transmite “de padres a hijos”, comenta. Según el experto, al igual que ha sucedido en Francia, en España han ido proliferan­do las plantacion­es de trufas. En este sentido, Aragón ha llevado a cabo una fuerte inversión, que le ha permitido acaparar el 75% del

mercado trufero. Sin embargo, estos cultivos “no dan frutos inmediatos, hay que espe

rar siete, ocho o más años”, apunta Rius, que reconoce el “secretismo” imperante en el sector. También desvela que mucho tráfi

co de trufa “no está reglamenta­do”. “No interesa que la gente sepa de dónde procede el producto. Hay buscadores que la recogen incluso de noche”, esgrime. Otro argumento contrario a la trufa cultivada procede del mundo de la restauraci­ón. “La gran mayoría de restaurado­res de alto nivel no son amigos de la trufa de plantación porque presentan inconvenie­ntes”, señala el experto. Las plantacion­es producen trufas “anónimas”, algunas están “llenas de gusanos”, lo que “estropea el producto”.

En suma, “la calidad es muy desigual”, dice Rius. Otro factor a tener en cuenta es la climatolog­ía. “Las trufas necesitan veranos lluviosos; si son secos, como el pasado, la producción es menor”, subraya.

Experienci­a exclusiva

El valor nutriciona­l de la trufa es incuestion­able. Es un producto rico en “proteínas y mi

nerales”, destaca Rius. Sin embargo, no hay

dos hongos iguales. “Cada trufa es diferente, única”, sostiene el experto. “La naturaleza es sabia. No es lo mismo un tubérculo que ha brotado junto a un tilo que otro recogido junto a un chopo o un sauce, por ejemplo. No tienen nada que ver. El gusto y el perfume son distintos. Uno sabrá más a ajo, otro más a cebolla, otro tendrá un perfume más terroso... La combinació­n de las trufas con los alimentos proporcion­an un sabor y un aroma únicos, diferentes en cada ocasión, y siempre resulta una experienci­a exclusiva”, declara Rius.

La trufa blanca se come “en crudo” y marida bien “con pasta, arroz [ risotto], ensalada de setas, huevos, y también con la

fonduta, un plato típico del norte de Ita

lia”. La negra “aguanta bien la cocción” y tiene “más aplicacion­es”. Combina a las mil maravillas con “huevos, pasta, arroz, carnes, aves, foie, canelones, asados, guisados...”, relata el propietari­o de F&X Rius.

Y para finalizar, dos últimos consejos. El primero hace referencia a la conservaci­ón de la trufa. El experto recomienda “no quitarle toda la tierra, envolverla en papel de cocina y ponerla en un tuper en la nevera para conservar el aroma y las propiedade­s”. El segundo apela al sentido común del consumidor: “Debe tener criterio y ponerse en manos de comerciant­es de confianza que le puedan suministra­r un producto de ca

lidad”. El paladar lo agradecerá.

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Foto Marta Jordi

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