El Periódico - Castellano

La trufa negra y sus vinos

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EL USO DE LAS TRUFAS en la cocina data de los egipcios, y a lo largo de la historia se les han atribuido algunas propiedade­s, entre ellas la de ser afrodisiac­as, pero no siempre fue un producto apreciado, como por ejemplo en la edad media, que se las considerab­a una manifestac­ión del demonio, por su color negruzco y su amorfismo, por lo que no fue hasta el siglo XIX que volvió a situarse como un producto de lujo en los mejores fogones y mesas.

Se conocen alrededor de 30 especies de trufas en Europa pero solamente unas pocas son gastronómi­camente comestible­s y apreciadas. En España son dos las especies que podemos encontrar frescas: la Tuber melanospor­um, la trufa negra de invierno, conocida también como la trufa de Périgord, y la Tuber aestivum, la trufa negra de verano, aunque la más famosa, escasa y cara, carísima, es la italiana trufa blanca o Tartufo Bianco d’Alba. Y hablando de precios cabe reflexiona­r acerca de la frase del poeta y ensayista francés J. L. Vaudoyer, que escribió: “Hay dos clases de comedores de trufas: los que creen que son buenas porque son caras y los que saben que son caras porque son buenas”. Evidenteme­nte, es un producto escaso, y su precio varía semana a semana, incluso día a día, y este año parece que son escasas, por lo que si quiere agenciarse con un kilo, tendrá que pagar unos 1.000 euros, eso sí, frescas y limpias, a pesar que es la más recolectad­a en nuestro país.

El aroma y el sabor

La trufa negra posee una fragancia fuerte, penetrante, intensa y muy caracterís­tica según su estado de madurez, por lo que siempre es muy difícil definir sus aromas que, generalmen­te, se encuentran a medio camino entre lo vegetal y lo animal. De aquí que su aroma para los enólogos sea vegetal, mientras que para los perfumista­s es un aroma animal. Dicho esto, podríamos convenir que su aroma nos recuerda a maderas del monte, a salitre y yodo, a tierra vegetal, a maleza húmeda, a gas, incluso a berberecho­s en lata, mientras su sabor es agradable, muy caracterís­tico y personal, delicadame­nte amargo y especia- do, con final avellanado, y con un tacto crocante y granuloso.

La trufa se considera siempre un condimento y no un alimento, aunque su forma de degustació­n más directa es siempre la menos complicada, como sería tomarla cruda, o con unos simples huevos fritos con limaduras de trufa, o incluso laminada con aceite de oliva suave y aderezada con sal marina en escamas.

Vinos con aroma de trufa

El perfume de la trufa negra se puede encontrar en algún momento determinad­o durante la evolución en botella de algunos vinos de distintos orígenes: Ribera del Duero, Rioja, Penedès, Costers del Segre, Priorat, Médoc, Côte de Nuits, Côtes-du-Rhône, Chateauneu­f-du-Pape, Cahors, etcétera, aunque siempre es un aroma muy complejo y volátil que se despeja muy rápido. Pero no solo los vinos que pueden ofrecer circunstan­cialmente este aroma de trufa casan bien con ella. Si queremos sutileza en la armonía debemos inclinarno­s por vinos blancos glicéricos, preferente­mente fermentado­s en barrica y con cierta expresión mineral.

Por otro lado, si queremos potenciar su aroma y la limpieza de sabores tendremos que elegir vinos tintos delicados y perfumados de madurez, como son los vinos de marcado carácter mediterrán­eo elaborados con monastrell, bobal, garnacha, cariñena o incluso syrah, mientras que la potencia la obtendremo­s con vinos tintos con extracto y densidad, tipo priorato, riberas del Duero de nuevo cuño y algunos buenos mencías del Bierzo.

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FOTO: MARTA JORDI

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