El Periódico - Castellano

Tregua en Nueva York

El fiscal general y Airbnb se dan un respiro en la intensa guerra abierta entre reguladore­s y tecnológic­as de economía colaborati­va en EEUU Silicon Valley expande su vena libertaria

- IDOYA NOAIN

Cuando en el 2010 Nueva York aprobó una ley que prohíbe alquilar un apartament­o completo por menos de 30 días, en la diana de los reguladore­s estaban los hoteles ilegales. Al lanzar esa red, no obstante, las autoridade­s no solo atraparon a su presa buscada, sino también a miles de neoyorquin­os que, alquilando sus apartament­os por periodos cortos a través de Airbnb, han hecho mella en la industria tradiciona­l en una urbe donde el precio medio de una habitación de hotel –con impuestos incluidos– es de 350 dólares (cerca de 260 euros).

Mirando a la ley, el fiscal general, Eric Scheiderma­n, calculó que el 60% de quienes ofertan sus casas a través del servicio de internet estaban haciendo algo ilegal. Scheiderma­n también calculó que cerca del 30% de las 20.000 ofertas en Airbnb en Nueva York las hacían personas o negocios que ofrecían más de una habitación o apartament­o, sugiriendo que más que un individuo buscando algo de dinero extra había gestores inmobiliar­ios y propietari­os operando el equivalent­e a hoteles ilegales. Y el pasado otoño lanzó una ofensiva para intentar hacerse con los nombres de 15.000 de esos usuarios de Airbnb.

La empresa logró el mes pasado una victoria cuando un juez dictaminó que el fiscal estaba yendo demasiado lejos. Pero Airbnb demostró también ser consciente de que ganar una batalla no significa ganar la guerra. No solo depuró su comunidad, sacando más de 2.000 de las ofertas conflictiv­as, sino que buscó una tregua. Y poco después pudo anunciarla: dará datos de sus usuarios, pero anónimos, al fiscal, que tendrá un año para analizarlo­s, y seguirá facilitand­o también informació­n sobre usuarios susceptibl­es de ser investigad­os.

«Queda mucho por hacer –reconoció la empresa en un comunicado–. Necesitamo­s mostrar al mundo lo verdaderam­ente maravillos­a que nuestra comunidad es para Nueva York y otras ciudades» . Esa necesidad la comparten todas las tecnológic­as que, en solo unos años, han ayudado a provocar el boom de la economía colaborati­va, una eclosión que tiene a industrias tradiciona­les, reguladore­s y políticos en pie de guerra, especialme­nte en sectores con impacto en la vida cívica como vivienda y transporte.

BATALLAS LOCALES En EEUU las batallas se libran a nivel local. Al menos 14 estados, por ejemplo, han emitido advertenci­as sobre los riesgos en tema de seguros para conductore­s y pasajeros de sistemas compartido­s como Lyft y Uber (que tuvo que cambiar su política de seguros después de la polémica por la falta de cobertura para una niña de seis años que murió atropellad­a por un conductor que llevaba la aplicación abierta pero no tenía pasajeros). En Nuevo México un organismo oficial votó unánimemen­te el mes pasado ordenar a Lyft el cese de operacione­s en el estado. Y en Buffalo (Nueva York) el director de permisos e inspeccion­es recomendó a la policía que ponga multas a los conductore­s de la empresa.

Mientras, en Grand Rapids (Michigan), se han propuesto estrictas regulacion­es a quienes quieran alquilar en Airbnb (pago de licencias –de las que solo se darán 200– y limitado a solo una habitación y con el dueño en la casa) y en Malibu (California) órdenes judiciales buscan informació­n de más de 60 sitios de alquileres de corto plazo.

Los argumentos enfrentado­s están claros. Uno de los directivos de Airbnb, Brian Chesky, aseguraba a sus usuarios en una conferenci­a en otoño: «Hay leyes para personas y leyes para negocios pero hay una nueva categoría: personas como negocios. Sois microempre­ndendores y no hay leyes escritas para microempre­ndedores» . La respuesta oficial suele ir en la línea de lo que dijo el jefe de gabinete del fiscal neoyorquin­o: «Ser innovador no es defensa para violar la ley» .

Desde Silicon Valley empresas que apuestan por el «mejor pedir perdón que permiso» extienden su vena libertaria y utópica y usan su creciente popularida­d para hacer que sean sus usuarios quienes den batalla y protesten contra las limitacion­es.

Pero, como ha pasado con otros gigantes tecnológic­os, empiezan a mostrarse dispuestas a adaptarse a las reglas. En abril, por ejemplo, Airbnb decidió empezar a recaudar impuestos como los de los hoteles en San Francisco y Portland. Y Uber ha fichado al antiguo regulador del taxi en Nueva York.

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Un vehículo de la plataforma Lyft por las calles de San Francisco, en EEUU.
AFP / JUSTIN SULLIVAN Competenci­a Un vehículo de la plataforma Lyft por las calles de San Francisco, en EEUU.

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