Bibliotecas, una admirable revolución
Ya hace muchos años que no doy conferencias. La preparación requiere mucho tiempo, y llegó un momento en el que tuve que renunciar. Y tampoco me atraía tener que ir repitiendo el mismo texto en varios lugares. Pero a mí me gusta conocer gente y hablar con ella, y descubrí que lo que podía hacer era dedicar –en sustitución de una conferencia– un rato a contestar las preguntas que interesaran a los oyentes. Y así lo he hecho, muy de vez en cuando, porque mi oficio no es hablar, sino escribir. Lo que me atrae es no saber qué me preguntarán, y que yo pueda sorprenderme un poco de lo que alguien me hace pensar en un momento determinado.
La última experiencia la he tenido en Terrassa, en la Biblioteca del Distrito 2. En el barrio de Ca n’Anglada. Los asistentes querían hacerme preguntas después de haber leído –formaban un club de lectura– mi último libro. Me presentó Fina Ginesta y me saludó el concejal de Cultura. La Diputación de Barcelona y el Ayuntamiento
El carnet de una biblioteca es en Catalunya un certificado de integración en el país
de Terrassa apoyan el ciclo Terrassa Lee.
Contestar preguntas no conocidas me apasiona. Porque las hay que obligan a activar inmediatamente el mecanismo de pensar. No hay respuestas preparadas y me apasiona la sorpresa. Suelo encontrar en las bibliotecas chicas que me acogen con tanta simpatía como eficacia. En este caso, Montse, Laura, todo el equipo. Ya no me sorprende. Son equipos que funcionan. He visto fotos, en blanco y negro, de las primeras bibliotecas de Catalunya. Con mujeres de mérito. La evolución impresiona. Ahora, en Terrassa, hay seis bibliotecas públicas, si no me equivoco.
Las bibliotecas han hecho una revolución cultural y también social en ciudades, villas y pueblos. Y la gente siempre responde. Una vez vi una madre y su hijo pequeño recogiendo el carnet para poder utilizar la biblioteca. La bibliotecaria me explicó: «Es una familia que acaba de llegar». Tener ese carnet certificaba la integración en el nuevo país.