Siete décadas silenciadas
Sus pisadas por la terminal 4 del aeropuerto de Barajas marcaron el final del largo viaje que Ascensión Mendieta, mi abuela, recorrió junto a una veintena de españoles, de Madrid a Buenos Aires, ida y vuelta, en diciembre del 2013. Surcaron el Atlántico para declarar ante la magistrada argentina María Romilda Servini de Cubría por los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y la dictadura española. A sus 88 años, en el rostro de Ascensión confluyen la belleza del pasado, la vejez y la tristeza infinita de haber crecido con el recuerdo irreconciliable de un padre fusilado el 15 de noviembre de 1939. Su cadáver reposa en una de las miles de fosas comunes esparcidas a lo largo y ancho del territorio español, a la espera de que un día las autoridades españolas hagan las paces con su pasado oscuro y turbulento e inicien la exhumación de los cuerpos que siete décadas después esperan un único destino: ser rescatados e identificados. Invocar la ley de la amnistía de 1977 y utilizarla como pantalla es una burla directa a las víctimas. Qué manera más deshonrosa, más indecorosa, de masacrar las necesidades de decenas de miles de españoles. A ustedes, representantes del pueblo español, les incomoda y les duele remover el pasado, pero no se imaginan el dolor inconmensurable que Ascensión y el resto de víctimas llevan apuntalado con fuego en sus corazones. De su bolsillo de pensionista, Ascensión financió la travesía de su vida: la búsqueda por una justicia en Buenos Aires que ustedes le han negado en su España natal.