Esperanza
Esperanza y reconocimiento. Es así como vivo el momento trascendental de la abdicación de Juan Carlos I en su hijo, futuro Felipe VI. El reconocimiento a la trayectoria del Rey es de estricta justicia. Con todos los claroscuros que se quiera, su papel en la evolución democrática de España y en modernización y estabilidad de las instituciones ha sido clave. Reconocimiento, también, por el hecho mismo de la abdicación. Lo que ha sido relativamente frecuente en las monarquías constitucionales europeas parecía imposible en nuestro país.
Y esperanza. Sobre todo esperanza. El cambio en la cabecera del Estado puede ser una ventana de oportunidad que debería contribuir a abrir puertas a las reformas constitucionales que necesitamos. Puede ayu- dar a desbloquear la situación, aunque no debemos atribuir a la Corona funciones de liderazgo político que en ningún caso le corresponden en nuestro sistema. No hay que olvidar que el nuestro es un Estado social y democrático de derecho, en el que la soberanía reside en el pueblo. La monarquía parlamentaria solo es la forma política del Estado.
¿No es más inteligente trabajar para hacer posible esta esperanza? Algunos dicen que quieren propiciar una negociación y un entendimiento, pero su comportamiento es incongruente con este propósito. ¿Se puede pedir al futuro rey un papel activo en la resolución del problema catalán y al mismo tiempo abstenerse en la votación del reconocimiento de la abdicación?
El relevo ha desatado una explosión de republicanismo que vemos estos días por las redes sociales, los foros de opinión y las calles. Es lo lógico y natural, aunque creo que no es un reflejo auténtico de la opinión mayoritaria de la sociedad española y catalana. Sería extraño que la exigencia de replantear la forma política del Estado no estuviera en el debate público. Hay debate y es bueno. Hay crítica y es bueno que la haya. Hay desconfianza y también es lógico porque el desprestigio de nuestras instituciones es muy grande. Pero no arreglaremos las cosas sumando desprestigio al desprestigio existente. Lo sorprendente es que en este debate algunos responsables políticos se dediquen a agitar banderas sin darse cuenta del riesgo de perder de vista los problemas más importantes del país y su gente.
Los socialistas hemos sido siempre republicanos. Preferimos, por razones conceptuales, de princi- pio, un procedimiento para elegir al máximo responsable del Estado que no esté basado en el linaje familiar. Pero a esta razón conceptual, contraponemos la razón práctica y política, igualmente poderosa.
No creo que haya que plantear hoy un cambio en la forma política del Estado. Ni lo creo oportuno, ni lo creo útil. No ayudaría a resolver nuestros problemas, más bien al contrario. No prescindamos del sentido común y la serenidad que son hoy más necesarios que nunca.
Existe mucha crispación en nuestro país, lo sabemos. Pero es precisamente en estos momentos de mayor desánimo social, cuando la desconfianza empuja a muchas personas hacia las soluciones aparentemente rápidas y fáciles, cuando la política no puede dejarse llevar por la corriente.