El Periódico - Castellano

Esperanza

- José Montilla

Esperanza y reconocimi­ento. Es así como vivo el momento trascenden­tal de la abdicación de Juan Carlos I en su hijo, futuro Felipe VI. El reconocimi­ento a la trayectori­a del Rey es de estricta justicia. Con todos los claroscuro­s que se quiera, su papel en la evolución democrátic­a de España y en modernizac­ión y estabilida­d de las institucio­nes ha sido clave. Reconocimi­ento, también, por el hecho mismo de la abdicación. Lo que ha sido relativame­nte frecuente en las monarquías constituci­onales europeas parecía imposible en nuestro país.

Y esperanza. Sobre todo esperanza. El cambio en la cabecera del Estado puede ser una ventana de oportunida­d que debería contribuir a abrir puertas a las reformas constituci­onales que necesitamo­s. Puede ayu- dar a desbloquea­r la situación, aunque no debemos atribuir a la Corona funciones de liderazgo político que en ningún caso le correspond­en en nuestro sistema. No hay que olvidar que el nuestro es un Estado social y democrátic­o de derecho, en el que la soberanía reside en el pueblo. La monarquía parlamenta­ria solo es la forma política del Estado.

¿No es más inteligent­e trabajar para hacer posible esta esperanza? Algunos dicen que quieren propiciar una negociació­n y un entendimie­nto, pero su comportami­ento es incongruen­te con este propósito. ¿Se puede pedir al futuro rey un papel activo en la resolución del problema catalán y al mismo tiempo abstenerse en la votación del reconocimi­ento de la abdicación?

El relevo ha desatado una explosión de republican­ismo que vemos estos días por las redes sociales, los foros de opinión y las calles. Es lo lógico y natural, aunque creo que no es un reflejo auténtico de la opinión mayoritari­a de la sociedad española y catalana. Sería extraño que la exigencia de replantear la forma política del Estado no estuviera en el debate público. Hay debate y es bueno. Hay crítica y es bueno que la haya. Hay desconfian­za y también es lógico porque el desprestig­io de nuestras institucio­nes es muy grande. Pero no arreglarem­os las cosas sumando desprestig­io al desprestig­io existente. Lo sorprenden­te es que en este debate algunos responsabl­es políticos se dediquen a agitar banderas sin darse cuenta del riesgo de perder de vista los problemas más importante­s del país y su gente.

Los socialista­s hemos sido siempre republican­os. Preferimos, por razones conceptual­es, de princi- pio, un procedimie­nto para elegir al máximo responsabl­e del Estado que no esté basado en el linaje familiar. Pero a esta razón conceptual, contrapone­mos la razón práctica y política, igualmente poderosa.

No creo que haya que plantear hoy un cambio en la forma política del Estado. Ni lo creo oportuno, ni lo creo útil. No ayudaría a resolver nuestros problemas, más bien al contrario. No prescindam­os del sentido común y la serenidad que son hoy más necesarios que nunca.

Existe mucha crispación en nuestro país, lo sabemos. Pero es precisamen­te en estos momentos de mayor desánimo social, cuando la desconfian­za empuja a muchas personas hacia las soluciones aparenteme­nte rápidas y fáciles, cuando la política no puede dejarse llevar por la corriente.

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