Otra fábrica es posible
Los debates del Ateneu sobre la Catalunya industrial piden más cambios
Entre ser la fábrica de España como se proclamó a principios del siglo pasado y pretender ser uno de los motores de Europa como se decía también a finales del siglo XX debería encontrarse un término medio. Hay literatura económica suficiente, con sus datos, para que se den por válidas ambas afirmaciones. La primera, porque basta con contemplar la asimetría del crecimiento económico en el conjunto de España de hace un siglo para concluir que Catalunya iba adelantada en la copia de modelos productivos europeos.
La segunda, que cuenta con escépticos entre los que estudian si estas afirmaciones tienen respaldo estadístico, obtiene su aval entre quienes trabajan sobre modelos de desarrollo regional con sustrato metropolitano. Es situar Catalunya en el mapa de los entramados industriales europeos.
Esta semana ha concluido el ciclo de conferencias y debates promovido por el Ateneu barcelonés y su sección de Economía con el título genérico de Catalunya: de fábrica de España a motor de Europa . La última sesión la afrontaron tres economistas: Josep Maria Carreras, Jordi Angusto –coordinador de todo el ciclo– y el catedrático de la UB y presidente del Cercle d’Economia, Antón Costas.
«Ni fábrica ni de España», propuso Jordi Angusto para animar el debate. Una manera de sintetizar los principales indicadores del sector industrial español de los últimos 20 años –permite ver mejor las tendencias– no solo de la última crisis, que cada vez abarca más años de este siglo. No es fábrica porque el peso de la industria en producto interior bruto (PIB) ha menguado sin apenas recuperación y no es de España porque, en términos teóricos de exportación, la manufactura catalana pierde mercado peninsular y lo gana en el resto del mundo. En el 2012 las dos líneas de exportación, a España y al resto del mundo prácticamente se igualaron: la primera, descendente y la segunda, ascendente. Señal esperanzadora: la competitividad con el resto del mundo no es el principal escollo.
El dato más revelador es que el peso de la industria en la economía catalana, desde 1995 hasta el 2010, ha pasado del 28% al 18%. Significa estar ya un punto por debajo de la media europea.
Otra afirmación clásica en revi- sión es que los servicios son para la industria. Los límites de una y otra actividad pueden sostenerse en la estadística, pero no en la realidad.
El profesor Antón Costas, siempre dispuesto a destacar las cosas que van bien, reclamó el principal mérito de la industria: su capacidad de imponer modelos estandarizados es la que hace que otros sectores apliquen los criterios que mejor ayudan al crecimiento. No es cuestión de hablar de fábricas sino de industria como un intangible que ha de estar presente en toda la cadena de valor catalana. Sin demasiadas abstracciones.
Con los datos aportados por los expertos durante las sesiones de Ateneu se han podido comprobar
El éxito económico del modelo de hace dos siglos solo sirve si se adapta
debilidades y oportunidades que marcarán el futuro. Entre las primeras, que Catalunya tiene una casi total dependencia exterior energética, con los deberes de eficiencia por hacer. Entre las segundas, la consolidación de un fuerte sector agroindustrial, pese al retroceso en superficie cultivada.
¿Diversificar o especializarse? La respuesta tiene partidarios y detractores en ambos bandos. Lo que en cambio es asignatura pendiente es, en palabras de Angusto, que «tenemos potencia científica pero no ecosistema de innovación». Y Costas pidió no confundir: «Innovación y calidad no son lo mismo».
Esta sugerente propuesta de poner por delante la calidad es la que es aplicable a cualquier sector y exige dejar de hablar de sociedad posindustrial.