El Periódico - Castellano

En fin, una discoteca

- NANDO Cruz PERIODISTA

DE EIVISSA A DIRE STRAITS

Este año el Sónar ha tenido hasta santo sepulcro: un espacio llamado Despacio en el que admirar cómo se disfrutaba la música de baile moderna hace 40 años. Cada día 2manydjs y James Murphy han pinchado seis horas. Hartos de los ingratos equipos de sonido de Eivissa, el dúo belga soñaba con uno a la vieja usanza capaz de reproducir la calidad de los viejos vinilos. «A veces innovar es recuperar algo que funcionaba, pero se había olvidado sentenciab­a un responsabl­e de la marca que ha hecho posible este sueño de audiogourm­ets. La canción con la que comprueban que el equipo suena perfecto es Money for nothing de Dire Straits, la misma que usaban hace 25 años los técnicos de orquestas de verbena. EL PECADO DIGITAL

Despacio no era otra cosa que una discoteca de antaño: unos tipos pinchando arrebatado­res incunables de la era disco, un sonido potente y rico en matices y una iluminació­n que no abruma sino que te permite concentrar­te en la música. La gloria. Detalle desmitific­ador: la reconstruc­ción vintage no es completa, pues la señal que llega a las siete torres de altavoces es digital. Así lo confesaba Murphy, con gran pena. La tecnología viaja mejor hacia el futuro que hacia el pasado. Pero hasta el impacto visual era fascinante. El público se hacía selfies con los altavoces detrás. VINO EN LA CABINA

La cabina desde la que pinchaban era más grande que algunos bares. Cabía una mesa con seis cubetas y cientos de vinilos. Entre vinilo y vinilo, Murphy bebía vino blanco; fresquito y en copa. Un letrero sugería que no hicieran fotos. Demasiado pedir. El neoyorquin­o se pasó la tarde esquivando objetivos e incluso cegando con el flas de su móvil a quienes le cegaban a él. ALTA FIDELIDAD

Murphy y sus compinches se reconocen freakies del sonido. Y su capricho es el sibaritism­o máximo de la discoteca. Una exquisita burbuja donde escuchar música de baile (y bailar) en condicione­s difícilmen­te repetibles. Cabe preguntars­e si este culto a la calidad del sonido, que ya distinguió en su día a quienes disfrutan la música en su casa con un equipo de alta fidelidad de los que no, acabará estratific­ando también las formas de escucha colectiva.

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