Es la hora de las lentas
Pretty Lights puso una marcha suave al escenario principal
En un festival, la música no se explica sin el contexto. Por ejemplo: el viernes por la noche, tras una sesión de bombardeo sónico a cargo de productor inglés Flux Pavilion, el directo del norteamericano Derek Vincent Smith convirtió el enorme hangar del SonarClub en un espacio casi acogedor. Directo por llamarlo de alguna manera: cuando la aplicación de tu móvil reconoce una por una todas las canciones que escupen los altavoces, señal que lo que suena es más una sesión de pinchadiscos que un concierto en sentido estricto.
Aunque no hay nada de malo en trabajar con lo pregrabado. Es más, Pretty Lights ha construido su carrera precisamente tomando grabaciones de aquí y de allá. Sus canciones son en realidad fragmentos de otras canciones, riffs y ritmos pegadizos que recombina en música de tiempos arrastrado y que es pariente electrónica del hip-hop. Música optimista, sin más pretensiones. Pretty Lights rescata soul añejo –Etta James–, rock de pegada contrastada –Nirvana y Nine Inch Nails– o lo que sea. Todo sirve con tal de que dé para una cadencia contagiosa. Las que tocó –¿pinchó?– Pretty Lights sonaron rotundas, aunque el grueso del público no estaba para escucharlas: muchos se habían ido a la otra punta del recinto para un poco de catarsis a través del sonido catedralicio y trascendente de Caribou. Se perdieron una buena hora de lentas.