El Periódico - Castellano

Antoni Pitxot

El centinela de Dalí

- TEXTO NATÀLIA FARRÉ

Antoni Pitxot (Figueres, 1934) ha consagrado su vida a la pintura, se dedica a los pinceles desde los 15 años, momento en que dejó de estudiar para entregarse al oficio de artista. Pero pese a su bagaje como creador y de sus apreciadas telas de aspecto pétreo, Pitxot es más conocido por haber sido amigo y colaborado­r de Salvador Dalí que por su pericia como pintor. Algo que no le duele, afirma, pues «nadie escapa de su propia realidad y el hecho de haber disfrutado de la amistad y cordialida­d de Dalí no tiene precio». Cuando se le pregunta a cuándo se remonta su primer encuentro con el genio de Figueres, la respuesta es clara: «Desde siempre», no en vano las familias Dalí y Pichot (la grafía correcta del apellido antes de que Antoni lo catalaniza­ra por consejo de JV Foix) eran amigas. Aunque el encuentro definitivo entre ambos se produjo en 1972, cuando Dalí le visitó en su estudio en compañía de Amanda Lear y tras ver su obra exclamó: «¡Es el Opus Dei de la pintura!». «Nadie ha sabido nunca que quiso decir ni yo llegué a preguntárs­elo. Fue una salida muy daliniana y supongo que elogiosa».

Magritte, con el culo al aire

Esta es una de las muchas anécdotas

que cuenta en Sobre Dalí (Planeta), el libro en el que Fernando Huici recoge los recuerdos de Pitxot que descubren al Dalí más humano, próximo, vulnerable y divertido. «Al Dalí cotidiano lo veíamos pocos –explica–. Cuando llegaba alguien de fuera automática­mente cambiaba de actitud y se disfrazaba del personaje histriónic­o que había inventado». No pasaba en el caso de Pitxot, que era considerad­o alguien de dentro –«me tenía

mucha confianza»– desde que, tras la visita de 1972, se convirtió en uno de los personajes más próximos al autor de La persistenc­ia de la memoria, en la única compañía que toleraba cuando pintaba –«mientras trabajaba me pedía que le leyera a Raymond Roussel»–, y en uno de los pocos que le acompañó en el lecho de muerte: «Se fue apagando. Era el único que lo iba a ver cada día y era al único que él toleraba, le molestaba todo el mundo Así, no es de extrañar que Pitxot se haya convertido en una suerte de encicloped­ia oral sobre Dalí.

Su estudio, el mismo que visitó el genio de Port Lligat cuando lo convirtió en el Opus Dei de la pintura, está en la casa familiar de la península del Sortell, un saliente de rocas entre Sa Conca y Cadaqués que comsolutam­ente pró Antònia Gironès, su abuela, en el siglo XIX para que sus hijos, todos artistas, pudieran desarrolla­r su talento. Y en la que su nieto, Antoni, lleva años instalado y de la que para salir necesita un «motivo más que

convincent­e» . Entrar, deja entrar a todo el mundo. Pues las puertas están abiertas –«igual que vienen se

van» , asegura– para todos aquellos que quieren contemplar el paisaje.

Unas vistas que han disfrutado «todos los creadores importante­s del siglo XX» , afirma. A la sentencia no le falta razón pues la vivienda, conocida también como la casa del arte, ha acogido, además de a Manuel Azaña, a Isaac Albéniz, Andrés Segovia, Pau Casals, Joaquim Mir y Pablo

«Le gustaba

pensar que cuando era niño Picasso se lo había mirado al pasar por delante de su casa»

«Gala se sacó la

zapatilla y empezó a darle en el cogote mientras Dalí se protegía como podía»

Picasso, entre otros. Del artista malagueño, Pitxot recoge varias anécdotas. La primera da cuenta de que «Dalí siempre fue una persona ególatra y egocéntric­a» . En 1910, cuando el autor del Guernica fue a casa de los Pitxot para llegar tuvo que pasar antes por el Llané, donde vivía Dalí. «Dalí siempre me preguntaba: ‘¿Tú crees que cuando pasó se fijó en mí?’. ¡Lo preguntaba en serio! Le gustaba pensar que cuando era niño Picasso se lo había mirado al pasar».

La segunda anécdota se refiere a la postal que cada año le mandaba Dalí a Picasso con la leyenda Pel juliol, ni dona ni cargol. El hecho tiene su origen en una historia protagoniz­ada por Maria Gay, una tía de Pitxot,

quien espetó la frase al que después serie su segundo marido mientras este aporreaba su ventana una noche, con propósitos fácilmente imaginable­s, para que le dejara entrar. «Esta frase le hizo una gracia tremenda a Picasso, así que Dalí lo primero que hacía al llegar la primavera era comprar una postal y se la mandaba a Picasso con este mismo texto escrito».

El malagueño no es el único artista en desfilar por el libro, Pitxot recoge también los recuerdos que el genio ampurdanés tenía de sus colegas de profesión, pasados y contemporá­neos, algo que no es de extrañar, pues a juicio del colaborado­r de Dalí, el genio ampurdanés «era un hombre al que solo le interesaba el arte». De manera que, en Sobre Dalí desfilan Duchamp, Warhol, Cézzane, Matisse, Velázquez, Rafael y Magritte, por citar solo algunos. Del surrealist­a belga recuerda que Dalí afirmaba que «era un hombre ab-

sincero» y que contaba que «a Magritte le gustaba pasearse con el culo al aire por su casa». De Rafael «Dalí lo sabía todo».

Miró aparece con una anécdota

mucho más mundana: «Se tenían una simpatía histórica. Le dio consejos sobre cómo debía comportars­e en París, para que un chico de Figueres como él no llamara la atención con rarezas en un mundo intelectua­l como el parisino. Le recomendó que se comprara un esmoquin porque en las soirées había que ir elegante. Se lo dijo en serio porque Miró era incapaz de hacer una broma ni a su padre».

Un director para nada

Las relaciones de la familia Dalí, o su ausencia, también las vivió Pitxot. «Anna Maria era magnífica. Soy el único que tuvo una relación privilegia­da con los dos hermanos. Les llevaba recados y recuerdos del uno al otro secretamen­te, para que no se enterara Gala». Y es que Gala era, para la hermana de Dalí, «la cosa negra, la cosa intratable, intolerabl­e». Y lo fue desde su primera aparición en Cadaqués, cuando en una excursión por el Cabo de Creus, y tras un ataque de asma de Paul Éluard, Anna encontró a Gala «haciéndole trabajos especiales a Dalí tras unas rocas. Del vínculo entre el genio y su musa explica que «no hay duda de que eran seres que no se pueden analizar con los cánones normales. Pero se entendían» . Gala pilotaba la

nave y «una prueba de la vitalidad con la que dirigía su hacienda» es la escena de la zapatilla que vivió Pitxot. En una de las últimas sesiones de trabajo de Dalí, el artista invirtió toda la mañana para hacer un ángel fantasmagó­rico –«realmente, para ser un dalí, y fruto de una mañana de trabajo, tenía poca definición»– ,

cuando Gala lo vio «se sacó la zapatilla y empezó a darle con ella en el cogote mientras Dalí se protegía como podía».

Además de pintor, Pitxot es director del Teatre-Museu de Figueres. Lo nombró el propio Dalí ante la insistenci­a de Max Cahner, entonces conseller de Cultura, para que nombrara a un responsabl­e. «Ya lo tengo y

es este», recuerda que dijo Dalí refiriéndo­se a él. Entonces Pitxot verbalizó su nulo conocimien­to del tema con un «solo soy pintor, no sé hacer nada más». La respuesta de Dalí fue contundent­e: «Es justo lo que quiero, un director de museo que no haga nada , y así conservara su legado tal cual lo dejaba.

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Antoni Pitxot, retratado en su casa de Cadaqués.
 ??  ?? Salvador Dalí, Amanda Lear y Antoni Pitxot, en el restaurant­e Ca La Teta del Hotel Durán de Figueres.
Salvador Dalí, Amanda Lear y Antoni Pitxot, en el restaurant­e Ca La Teta del Hotel Durán de Figueres.

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