El Periódico - Castellano

Un balcón al abismo

Más de 100.000 personas ascienden cada verano al Púlpito, una hipnótica y descomunal roca plana en el fiordo noruego de Lysefjord. Las tres horas de caminata hasta pisarla tienen su recompensa.

- TEXTO Y FOTOS: XAVIER MORET

Si hay un lugar espectacul­ar en los fiordos de Noruega, este es sin duda la gran roca plana y rectangula­r llamada Preikestol­en (el Púlpito), que se asoma a un bello fiordo, con 604 metros de caída libre en tres de sus cuatro partes. Se encuentra cerca de la ciudad de Stavanger, pero para llegar al Púlpito hay que tener paciencia y sufrir un poco. Primero, hay que desplazars­e –en barco, en coche o en autobús público– hasta la base de la montaña. Una vez allí, queda una caminata de dos o tres horas, según la forma física. La belleza del paisaje compensa de sobras el esfuerzo.

El punto de partida para ir al Púlpito es Stavanger, la tercera ciudad de Noruega. En el pasado fue famosa por la pesca del arenque y la industria conservera (ver el Hermetikk Museum), pero en la actualidad la principal fuente de riqueza es el petróleo (ver el Museo del Petróleo), que en los últimos años ha hecho de Noruega uno de los países más ricos del mundo.

Economía al margen, Stavanger es famosa por sus muchas casas de madera, que envuelven la parte antigua en un ambiente agradable, y por su catedral del siglo XII. En el puerto es donde se registra la mayor actividad, tanto en lo que se refiere a los bares y restaurant­es, desbordant­es los fines de semana, como al tráfico de barcos que se dirigen a los fiordos o a las islas. Desde allí zarpan los barcos de la compañía Rodne Fjord Cruise, que van hasta el Lysefjord, o fiordo de la Luz, un largo brazo de mar, de 42 kilómetros de largo, desde el cual puede verse cómo el Púlpito se asoma al vacío.

La caminata desde la base transcurre por un sendero de montaña, con un inicio escarpado, algún tramo

rompepiern­as y casi cuatro kilómetros de recorrido. En la parte final, una pasarela con barandilla­s ayuda a superar el vértigo, pero no hay ninguno tipo de barandilla­s en la gran roca, de unos 25 por 25 metros.

Es curioso comprobar hasta qué punto la gente se siente atraída por el Púlpito. Es como si la roca tuviera un poderoso imán que les animara a llegar hasta allí. Una vez arriba, lo primero que suelen hacer es tumbarse en la roca para sentir su fuerza, casi su respirar, y para entrar en comunión con la naturaleza.

Al llegar al Púlpito, el visitante se tumba instintiva­mente en la roca para entrar en comunión con la naturaleza

Hay algo atávico en este ritual que se resume en las caras de felicidad de la gente. A algunos, los más jóvenes, les da por hacer locuras, sentándose con las piernas colgando al vacío, haciendo equilibrio­s en el borde o saltando para hacerse fotos de impacto.

Más de 100.000 personas suben cada verano al Púlpito, y hasta el pasado año no había constancia de accidentes. En octubre del 2013, sin embargo, un turista español falleció al caer al vacío. Parece ser que se trató de un suicidio, pero no ha- bía testigos. En cualquier caso, esta muerte volvió a avivar el debate sobre si había que poner vallas en la roca. Las autoridade­s noruegas, sin embargo, insisten en dejarla como está por respeto a la naturaleza, y puntualiza­n que los turistas deben asumir su propio riesgo.

Récord de ‘selfies’

El Púlpito tiene un plus añadido. Consiste en ascender aún unos metros más para hacer fotos desde lo alto, con el fiordo abajo y las montañas alrededor. Desde allí da la impresión de que la gente se toma la gran plataforma como un lugar inusual de encuentro. Se sientan en la gran roca, comen, conversan y se hacen fotos –los selfies ganan la palma–, igual que si estuvieran sentados en un banco de la plaza Mayor. Y el descenso no plantea mayores problemas que los de unas rodillas que sufren.

Aparte del Púlpito, la región de Stavanger tiene otros alicientes, como una excursión a Kjerak, al fondo del fiordo de la Luz, donde hay una gran roca redonda atrapada en una grieta, a mil metros de altura sobre el fiordo, sobre la que suelen subirse los más atrevidos para hacerse fotos al límite.

En los alrededore­s de Stavanger se encuentran también la bella aldea de pescadores de Sognalstra­nd y el Magma Geopark, donde el interés científico se combina con la visión de búnqueres de la segunda guerra mundial. El archipiéla­go de Ryfylke, con unas cuantas islas con encanto escampadas frente a la costa, es otra opción. Entre las islas destacan la de Mosterøy, donde se encuentra la abadía de Upstein, y la de Osthustvik, ideal para un trekking panorámico que permite admirar, si el tiempo lo permite, la escarpada costa de Stavanger.

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