Papa papapa papapa pa ¡pa!
La compañía Comsona? estrena en la Casa Orlandai un espectáculo para bebés
la cantante, sin mediar palabra, invita a los miniespectadores a fijar su atención en el sonido que emerge de ese instrumento alargado y metálico. Una madre da de mamar a su cría. Una bebé punk vomita. Un bebé rubio aplaude por primera vez en su vida. Ahora el trío toca una de Gershwin y Elena se esconde tras un parasol que hace girar y girar.
¿Influencias? Edwin Gordon
Es la primera vez que esta compañía fundada en el 2005 diseña un espectáculo para bebés de cero a 18 meses. Lo han trabajado basándose en los estudios del estadounidense Edwin Gordon, autor de la teoría del aprendizaje musical. Una de sus propuestas es introducir la música sin palabras. A tan temprana edad aún no las comprenden y, por lo tanto, despistan más que atraen.
La cantante se acerca con una canasta de mimbre cargada de huevos rellenos de semillas. Son esos shakers que no faltan en ninguna cuna y con los que el bebé aprende a generar sonidos a base de agitarlos. Al terminar, la canastera se acercará para recuperar los huevos. Una vez más, sin mediar palabra. Acto seguido, los músicos tocarán un swing para introducir el ritmo.
El trío propone una suerte de rap: papa papapa papapa pa ¡pá! Tras el último ¡pa!, Elena calla y los músicos dejan de tocar. Un bebé aprovecha para emitir un sonoro «¡pa!» Padres y madres se echan a reír. Parece que el chavalín ha saboteado el guion. Pero no. Los músicos vuelven a tocar. Papa papapa papapa pa ¡pa! Otra pausa. Otro bebé lanza un «ah». Más risas. Papa papapa papapa pa ¡pá! Pausa. Ya son dos bebés los que rompen el silencio con sus balbuceos. Se están sumando al concierto. Están haciendo música. Y no porque se lo hayan pedido, sino por pura intuición.
El concepto del bis es tan absurdo que no tiene sentido explicárselo ni a un bebé, pero antes de dar la actuación por finalizada, el trío echa mano de un clásico infantil catalán: En Joan petit quan balla. Es el hit.
El concierto acaba como empezó. Los músicos retoman el vals del inicio y sin dejar de tocar van despidiendo a adultos y bebés. Un niño embobado por el sonido del saxo no advierte el escalón, cae de morros, pero se incorpora sin emitir un sollozo. Una niña gatea en dirección opuesta, de regreso a la sala, para ver si hay más música. Pero no, los músicos ya están recogiendo. El pampam pararam pam pararam ya solo está en su cabeza. Que no es poco.