El Periódico - Castellano

Almudena de proximidad

La autora de ‘Los pacientes del doctor García’ ejerce de pregonera en el Saló de Cent

- ELENA HEVIA

mucha complicida­d ayer en el Saló de Cent. Mucha sonrisa preparada de los lectores que allí estaban esperando a Almudena Grandes, sabiendo que no habría declaracio­nes de alta literatura, sino más bien charla de proximidad, de mujer que odia subirse al pedestal y prefiere poner la oreja en los mercados para captar el habla de la gente llana, no muy distinta a la que ella despliega. La sonrisa estaba ya puesta y no hizo más que activarse con ese tono madrileñís­imo de la autora hecho a partes iguales del castizo «qué me vas a decir a mí» y la jocundia de la que de paso se ríe de sí misma. Grandes domina el escenario, controla bien el pulso de la platea y en el maldenomin­ado pregón de Sant Jordi lo demostró con creces. El pregón como formato, es sabido, está lejos de serlo. De hecho se trata más bien de un diálogo, en esta ocasión con el escritor y periodista Antonio Iturbe, que se plegó, y así debía ser, al palique de la autora.

Uno de sus grandes lectores –se apreció en el audiovisua­l previo a la charla– fue un rendido Josep Cuní, que describió su emoción por la posesión de cada una de las novelas. Y ahí estuvo también su editor, Juan Cerezo, recordando cómo aceptó el envite que Grandes le propuso con la hexalogía, o sea, las seis novelas que compondrán los Episodios de una guerra interminab­le, de la que Los pacientes del doctor García es la cuarta entrega: «Era demasiado ambiciosa como para darle crédito, pero nos atrevimos y no ha podido ser más satisfacto­rio».

El año que viene se cumplirán 30 de la aparición de su primera noveHubo

la, y éxito, Las edades de Lulú. Y desde entonces no ha parado. «Yo escribo lo que quiero escribir , ya sea desde una perspectiv­a antisistem­a o en la equidistan­cia, porque mis lectores me sostienen. Ellos son mi libertad. Es un compromiso importante que me obliga a no tomar atajos, porque mis lectores no me lo perdonaría­n. Son mi control de calidad».

A la autora le gusta detallar cómo es su cocina literaria y lo hace con la misma falta de solemnidad con la que explicaría una receta, con su perejil y su pizca de ajo. La cosa viene de la hija que nació en 1997 y que le salió tremenda, uno de esos niños que muerden los cables de la luz y meten los dedos en el enchufe. Como no se podía poner a escribir sin hoja de ruta, dedicó mucho más tiempo al cuidado de la pequeña y en los ratos, pocos, que tenía, tomaba notas y dejaba que la novela creciera reposadame­nte. Así, de un sistema «que era ningún sistema» pasó a controlar la estructura firmemente. Tal es su control que en los personajes creados no permite la menor rebelión: «A mí no se me amotina ni Dios».

Siguiendo con las interiorid­ades domésticas, tampoco le importa hablar de cómo se vive con un poeta (su pareja es Luis García Montero). «Cuando le conocí era el poeta más brillante de su generación, pero lo que a mí me gustó es que fuera una persona normal». Esa caracterís­tica le hace pensar, bromeando, que jamás hubiera podido tener un romance con un poeta que aprecia como Vladímir Mayakovski, «que se emborracha­ba y solía tirar la vajilla contra la pared».

«La niña lee demasiado»

Y de ahí a una infancia en la que tanto su abuelo –dato indispensa­ble– como su padre eran poetas aficionado­s y el cabreo de este último ante el comentario de una monja que considerab­a que la niña Almudena «no saca mejores notas porque lee demasiado». A punto estuvo el señor Grandes de sacarla de aquel colegio. En las lecturas esenciales de aquellos años están Robinson Crusoe y Dickens, Dostoievsk­i, Julio Verne –por supuesto– y Galdós.

«Si lees Fortunata y Jacinta, es imposible que no te hagas de izquierdas», suelta para explicar uno de sus lemas habituales, eso de que leyendo nació su conciencia social. «Yo tenía un primo del PCE y me hizo leer La madre, de Gorki, y claro, no lo pude soportar», explica con divertida resignació­n. Con esa vara mide la crisis sin muchas contemplac­iones: «La cultura del pelotazo hizo que España fuera un país muy desagradab­le». Convencida de que su escritura se sitúa desde el lugar en el que la gente se opuso a todo eso, tiene ya pensado su quinto y personal episodio nacional, que titulará La madre de Frankenste­in y en el que intentará reflejar unos años 50 sin esperanza a través de la figura de Aurora Rodríguez, que mató a su hija Hildegart cuando esta quiso tomar su propio camino y que acabó sus días en un manicomio.

«Mis lectores me sostienen. Ellos son mi libertad y mi control de calidad», dice la escritora

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ACN / PERE FRANCESCH En Barcelona 8Almudena Grandes, junto al primer teniente de alcalde Gerardo Pisarello, firma en el libro de honor, ayer.

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