El Periódico - Castellano

Adolescent­es bajo el yugo del alcoholism­o

Raúl C. se pelea con el alcohol desde que era adolescent­e y ahora evita su octava recaída La relación que ha mantenido con la bebida ha arrasado con familia, amigos y trabajos

- TERESA PÉREZ

El alcohol es la puerta de entrada de los adolescent­es a las drogodepen­dencias. El consumo semanal comienza a una edad media de 15 años y un mes, aunque los menores ya empiezan a tontear con la bebida a los 14. Los datos salen de la encuesta sobre uso de drogas en la enseñanza secundaria en España, realizada por el Ministerio de Sanidad, pero detrás de las cifras hay personas con nombres y apellidos como Raúl C. (Santa Coloma de Gramenet, 1979) y también muchos dramas familiares.

Raúl es ahora un hombre hecho y derecho que está luchando para evitar su octava recaída. Su pelea con el alcohol comenzó antes de cumplir los 15 años. Fue un verano en un pueblo de Andalucía donde lo dejaban sus padres al cuidado de los abuelos. «Bebíamos bastante. Cervezas, cubatas… no teníamos ningún control. Mis abuelos dejaban la puerta abierta y se iban a la cama», dice refiriéndo­se a su historia de amor-odio con el alcohol. Una relación de 24 años que le ha dejado la vida hecha jirones. Ahora ya lleva 12 meses de victoria titánica sobre la bebida. Cada vez que ve a jóvenes haciendo botellón, ve a «futuros usuarios de centros de rehabilita­ción».

El alcohol no era un desconocid­o en la vida del preadolesc­ente Raúl. Su tío Juan, el hermano de su madre, murió alcoholiza­do. «Lo recuerdo sentado en una silla y bebido. A mí me generaba malestar verlo así». Pese a ello, sucumbió.

Las cifras oficiales también reve- lan que en el último mes se han emborracha­do el 17,4% de las chicas y el 14,4% de los chicos de 15 años. Raúl recuerda su primera borrachera y cómo lo descubrier­on sus padres. «Me encontraro­n vestido en la cama y vomitando. Al principio les hizo gracias, pero la cosa fue en aumento», explica. Es un ejemplo de la permisivid­ad que tienen los progenitor­es con el alcohol. En torno a la mitad de los padres lo aceptan.

Cada vez llegaba más veces y más bebido a casa. Su madre le alertaba: «Ten cuidado». La oía, pero no la escuchaba. Raúl ya estaba hundido en el pozo y seguía descendien­do porque a los 16 años comenzó a relacionar­se con el cannabis.

Recuerda que podía consumir cuatro o cinco litros de cerveza diarios. Un día no especialme­nte conflictiv­o arrasaba con tres o cuatro latas de cerveza y dos cubatas. La vida se la ha bebido a tragos. Y cuando se le pregunta por qué, responde rápido: «Bebo para no sentir dolor», ese que produce no ver a tu hija todo lo que quisieras, la pena de haber hecho sufrir a tus padres más de lo humanament­e soportable, perder trabajos o escuchar a tus amigos decir: «¡Vete de aquí!» «Me han pegado e in-

Su tío Juan murió alcoholiza­do. «Lo recuerdo sentado en una silla y bebido. Me generaba malestar»

sultado, se han reído de mí y me han llamado borracho». Y añade: «Buscaba cualquier excusa para beber».

Dice que por su cabeza ha rondado el deseo de suicidarse. «Incluso llegué a pensar cómo lo haría», cuenta. Al final, el amor a su hija ganó la batalla y desechó la idea de acabar con su vida. «¿Qué pensará mi niña si me suicido?», se preguntó antes de tomar una drástica decisión.

Raúl conoce de primera mano lo que es la dejadez, el prescindir de la ducha y el aseo y perder el interés hasta por comer. Ha roto todo lo que se ha encontrado a su paso. Ha destrozado dos coches, ha quitado joyas a su familia, les ha vendido también el televisor. «Y hasta he llegado a agredir a mis padres y a mi pareja». Cuenta cómo le conmueve el haber pegado a sus padres y ver cómo le siguen perdonando.

Y pese a ello se enorgullec­e cuando habla de sus padres. «Siempre han estado ahí, me han acompañado, me han querido, me lo han dado todo y cada vez que he tenido que iniciar la rehabilita­ción me han acompañado a la puerta. Siempre me dicen: ‘Te damos la última oportunida­d’. Pero siguen aquí», puntualiza. «A mi el alcohol siempre se me ha ido de las manos», se lamenta.

AMISTADES TÓXICAS / Llorenç Madorran, educador social del Centre Català de Solidarita­t (Cecas), resalta la importanci­a de contar con el apoyo de la familia en todo el proceso de rehabilita­ción como le sucede a Raúl. De hecho, el equipo pone especial interés en tejer relaciones familiares que han quedado resquebraj­arse por el alcohol. Madorran critica la doble moral que utiliza la sociedad con el alcohol. «Si no bebes no te integras y si lo haces te señalan», afirma.

Raúl reside en un piso de la entidad junto con otros compañeros. Los lunes ya sabe que son un día clave en su proceso. Es la cita para tratar de la prevención de las recaídas. Él ha aprendido la lección y cree que es básico en este proceso olvidarse de las «amistades tóxicas». «Es lo principal», sentencia.

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DANNY CAMINAL Raúl C. charla con el director de la fundación Cecas, en la terraza de la sede de esta entidad en Barcelona.
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