Los Jordis y el dragón

Dice la leyenda que un feroz dragón vigilaba el castillo real, devoraba el ganado y destrozaba todo lo que los campesinos sembraban. La población vivía atemorizada. Sin espada ni armadura, pero con el apoyo y el calor de todo el pueblo, Jordi, el caballero más valiente, decidió enfrentarse al dragón, pero en la lucha quedó malherido. El Rey, temeroso de que el pueblo se levantara, lo encarceló. Además, hizo quemar libros, discos y periódicos y prohibió su color preferido: el amarillo. Los campesinos querían liberar a su héroe. Solo así ellos también serían libres. El 23 de abril, el pueblo salió a la calle con rosas amarillas como armas y cánticos y sonrisas como armadura y lograron entrar en la fortaleza. El dragón intentó atacarlos, pero la luz que desprendía aquel vivo color amarillo le cegó. Jordi fue liberado y el amarillo volvió a llenar de vida el pueblo. El Rey no sabía que en nuestro país, los Jordis siempre vencen a los dragones. ¿Sabían que una persona pasa cuatro años de promedio mirando su teléfono móvil? No debe sorprendernos que en un mundo lleno de tecnología estas pantallas táctiles nos hagan perder el contacto humano. Vivimos en una sociedad donde podemos tener listas gigantes de amigos en muchas redes sociales, pero no los tenemos en la realidad. Cuando llegamos a casa, nos sentamos frente al ordenador a medir nuestro propio valor dependiendo de los likes que recibamos. Yo ya no quiero estropear un momento precioso para grabarlo con un teléfono; ya no quiero tomar una foto de todas mis comidas. Estoy cansada de actuar en este espectáculo de vanidad. Llámenme loca, pero me imagino un mundo donde sonreímos cuando tenemos la batería baja, porque eso significa que vamos a estar más cerca de la humanidad.