«Sal de esta criatura»
El ritual incorpora un sinfín de oraciones, letanías e imprecaciones al demonio
«No permitas que este tu hijo/a sea poseído por el poder de la mentira, ni que tu siervo redimido por la sangre de Cristo sea mantenido en la esclavitud del diablo». Así reza el punto central del rito del exorcismo, en su versión llamada mayor. Se trata de un rito bastante largo, de carácter público, ante la presencia de los más allegados al desafortunado, que empieza con un sinfín de oraciones, letanías, imposición de las manos, insuflación de aliento en la cara del endemoniado y termina, tras la fórmula central citada, con un cántico a la Virgen María.
Sin embargo, existe otra versión sobre el paso clave, conocido como «exorcismo imperativo». Es el que las películas suelen recrear, porque resulta más espectacular. Aun así, al lado de lo poco que reveló Gabriele Amorth, muerto en el 2016, considerado el mayor exorcista del último siglo, William Friedkin, director de El exorcista, era un aprendiz, al igual que Roman Polanski en La semilla del diablo o Maurice Pialat en Bajo el sol de Satán, basada en la novela de Georges Bernanos. El Infierno, del esotérico Dan Brown, es un cuento de hadas frente a lo poco que en vida relató sobre sus andanzas en torno al Ángel Maligno, al que se enfrentaba hasta «cinco o seis veces al día», según dijo, o a una docena cuando era más joven.
Si el exorcismo que se practica es de orden imperativo, el exorcista dice: «Te ordeno Satanás, sal de (nombre del endemoniado/a), siervo de Dios... Te ordeno, Satanás, príncipe de este mundo, que reconozcas el poder de Jesucristo... Vete de esta criatura... Te ordeno, Satanás, sal de este criatura, vete, vete en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Durante el dramático momento, el exorcista puede pedir el nombre al diablo que posee la persona.
Endemoniados rebeldes
El conjunto del rito comienza con una oración en silencio. Tras la oración se bendice el agua y, si se usa, la sal, que después se mezclan. Después se reza la litanía de los santos que se invocan para la ocasión: 31 en el rito conocido.
Mientras sucede todo esto y cuanto sigue, el endemoniado puede no estar esperando resignadamente que Satanás se vaya de su cuerpo. Contaba Amorth: «Un día estaba exorcizando a un poseído. A través de su voz, Satanás me hablaba. Me escupía encima insultos, blasfemias, acusaciones y amenazas. Sin embargo, en un cierto punto me dijo: ‘Cura, vete, déjame’. ‘Vete tú’, le respondí». Y así seguía el diálogo relatado por Amorth: «‘Por favor, vete. Contra ti no puedo hacer nada’ / ‘En nombre de Cristo, dime por qué no me puedes hacer nada’ / ‘Porque estás demasiado protegido por tu Señora (la Virgen). Tu Señora te rodea con su manto y no puedo alcanzarte’».
Explica Luciano, licenciado en Letras, exbibliotecario en la abadía de Casamari, al sur de Roma: «Una mañana, don Ildebrando (el exorcista) vino a pedirnos ayuda, nos lanzamos los cuatro que estábamos en una sala donde había una chica: yo resistí 10 minutos después de verla levantarse del suelo y saltar de una mesa a otra. Los
El «exorcismo imperativo» es la versión que ha preferido el cine
que se quedaron me contaron después que cuando la joven les agarraba, sentían que los huesos estaban a punto de romperse». «¿Cómo te explicas ciertas cosas?», sigue preguntándose.
Tras la recitación del Credo católico y la renovación de las promesas bautismales, el exorcista enarbola la cruz, diciendo «He aquí la cruz, huid espíritus del mal». Es la escena que no falta nunca en las películas sobre el tema, comprendida la última de la serie Outcast, de Neflix, pese a que está expresamente prohibido que durante el rito estén presentes los medios. Tampoco falta la insuflación del aliento del exorcista en la cara del poseído. «Aleja, Señor, con el aliento de la boca los espíritus malignos...».
La fórmula usada actualmente fue regulada por la Congregación de la Doctrina de la Fe en 1985, sobre la base de la primera, elaborada por el papa León XIII, de dos siglos atrás, sucesivamente actualizada. Las crónicas fiables cuentan que Juan Pablo II realizó al menos tres exorcismos durante su papado y las menos fiables, que Francisco ha realizado uno, de una manera muy discreta, en plena plaza de San Pedro.