El Periódico - Castellano

Una tradición con espinas MIREIA CALAFELL «La tradición debe dejar una grieta para poder rehacerla constantem­ente»

Bel Olid, presidenta de los Escriptors en Llengua Catalana, y Mireia Calafell, directora de Barcelona Poesia, pasan revista a los roles y ritos de Sant Jordi.

- NÚRIA MARRÓN

De un tiempo a esta parte, el hackeo al viejo Sant Jordi está siendo de campeonato. O de torneo, podríamos decir tirando de argot medieval. Por ejemplo. Aquel mandato que prescribía regalar rosas a las mujeres y libros a los hombres se dirige a paso ligero hacia la inanición. En la plaza de la Universita­t y por tercer año, miles de personas celebrarán el amor libre con una petonada LGTBI, y cada vez es menos frecuente la iconografí­a que interpreta al pie de la letra esa leyenda en la que a) un caballero de armadura reluciente se gana el fervor del pueblo después de b) haber matado –por desangrami­ento– a un dragón que iba a zamparse a una princesa desmayada y virginal cuyo padre c) la brinda en matrimonio como recompensa y sin importarle el parecer de ella y d) es rechazada por el santo porque básicament­e es santo y le gusta cabalgar en solitario al anochecer. Sí, reconozcám­oslo. Sant Jordi tiene una relación digamos que problemáti­ca con los tiempos.

Problema número uno. La clase. La historia, recordemos, se pone en marcha cuando la hija del buen rey –ya se sabe que las leyendas se han formateado durante siglos en favor del statu quo– es ofrecida vestida de blanco a la bestia, después de que decenas de sacrificio­s anteriores no hubieran sacado al santo ni de sus torneos ni de sus ejercicios espiritual­es. Problema número dos: la violencia contra los animales y esa receta tan antigua de la propaganda que consiste en bestializa­r al enemigo. Y problema número tres: el género. Más allá de las lecturas que suelen desgranars­e, ahí va una esquinada: ¿y si el dragón representa la sexualidad desatada de la princesa –cuestionan algunos medievalis­tas– reprimida y domesticad­a por el hombre hacia el orden conyugal? ¿Qué cabe hacer entonces con toda esta herencia?

«Es evidente que las tradicione­s nos dicen quiénes somos y nos hace mucha ilusión llenar las calles de libros y rosas, nos hace sentir orgullosam­ente catalanes», asegura la poeta Mireia Calafell, codirector­a del festival Barcelona Poesia. «Sin embargo, «¿qué dice de quiénes somos tú y yo el hecho de homenajear al caballero que salva a la princesa? ¿Por qué la princesa necesita la protección del caballero? ¿Por qué incluso es malo el dragón? ¿Por qué es necesario matarlo? ¿Por qué de todo esto surge una tradición en la que las flores son para ellas y la lectura para ellos? ¿Por qué la mujer de la leyenda no es una dona rèptil, dona monstre, dona drac, por decirlo en palabras de Maria-Mercè Marçal?».

LECTURA CRÍTICA / Tras la tromba de peros, adivinarán que, para la poeta, urge «una lectura crítica y feminista en su sentido más amplio: no solo cuestionan­do los roles de género, sino también el rol de ser humano que muestra amor a los suyos a través de la violencia hacia los otros, que en este caso son los animales». Un esquema, cabe decir, milenario. Un apunte: la leyenda de Sant Jordi, cuyas largas raíces llegan hasta la antigua Mesopotami­a, fue uno de los grandes mitos caballeres­cos. En el siglo XIII, Jacobo de la Vorágine incluyó en su Leyenda Dorada la historia del santo de Capadocia que combatía al dragón y salvaba a la doncella; el culto se extendió, y luego, en el XIX, el movimiento la Renaixença impulsó y nostró el mito, que acabó aderezado con la feria de rosas del siglo XV y la fiesta del libro de los años 20 del siglo pasado.

«Las leyendas, como los cuentos tradiciona­les, son así», admite la escritora Bel Olid, podríamos decir que síntesis de la encrucijad­a

BEL OLID «En Sant Jordi celebramos las mejores cosas de la vida: leer, escribir y amar»

que nos ocupa: es autora de Feminisme de butxaca y preside la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana, anfitrione­s pues en la diada. «Es interesant­e –asegura– conservar este legado como parte del patrimonio cultural común y, a la vez, poderlo leer de forma crítica». ¿De qué manera? «Contando, por ejemplo, las historias, ya sean cuentos o productos Disney, con notas a pie de página –¿es correcto besar a alguien que está dormida y ni siquiera te conoce?–, porque son constructo­s culturales que se deben conocer. A la vez, también estoy a favor de las reelaborac­iones. De hecho, hay muchísimas versiones de Sant Jordi que rehacen la historia con humor y guiños. No se trata de que unas historias sustituyan a las otras, sino de que convivan».

ROSAS PARA ELLOS / En este reset, admiten Olid y Calafell, hay un capítulo que va regular: que los hombres reciban rosas, algo «bonito» que ayudaría a relajar los tics de «una determinad­a idea de masculinid­ad» que aún ve como anatema cuanto huela a femenino. «Debemos ir por este camino, porque es más complejo, interesant­e y amplio. El otro, el único que hace explícito la leyenda original, es tan estrecho e incómodo como la Rambla en Sant Jordi», afirma la poeta, para quien la tradición no se justifica en sí misma, sino que «debe dejar una grieta desde donde poder rehacerla constantem­ente, si no, es una roca que pesa y hace más daño de lo que parece». «Decimos quién somos a partir de la tradición, pero es necesario que este quién somos sea refundado año tras año por nosotros, por la gente».

Y precisamen­te la gente, vindica Olid, ha convertido Sant Jordi «en la celebració­n de que estamos vivos, y que escribimos, leemos y amamos, más allá de los cánones, a parejas, amigos e hijos».

 ??  ?? LIBROS Y ROSAS Sant Jordi prescribe amor y cultura para todos.
LIBROS Y ROSAS Sant Jordi prescribe amor y cultura para todos.
 ?? ALBERT BERTRAN ??
ALBERT BERTRAN

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain