El Periódico - Castellano

¡Queremos tanto a Iniesta!

El gol de Andrés a pase de Messi resume todos estos años de compartir una idea del fútbol. Un diálogo de visionario­s

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forma de demostrarl­o tuvo aires de paradoja, como uno de esos regates suyos que desafían la lógica: Iniesta empezó a marcharse ayer quedándose más que nunca, dejando un partido redondo, de principio a fin, que le honra una vez más como ese jugador maravillos­o, que tiene el raro privilegio de encandilar incluso a la afición rival. Dejó dos asistencia­s y un gol tan bello que recordarem­os para siempre, pero consiguió además

otra cosa: que a su alrededor el equipo jugara con la confianza y la calidad de los mejores recuerdos.

Todos los jugadores, del primero al último, ofrecieron una actuación excelsa, individual­mente y en conjunto, presionand­o y combinando, y no sabemos si era una forma de intentar convencer a Iniesta para que se quedara o, más lógicament­e, como un homenaje en tiempo presente: aprovechar al máximo los días que les quedan al lado del maestro. Desde Cillessen lanzando el pase del primer gol, como un quarterbac­k, al taconazo de Alba para habilitar a Messi, a la lucha con recompensa de Suárez, a la intensidad defensiva o el control absoluto de Rakitic y Busquets.

Uno de los grandes momentos de la noche fue el largo abrazo de Iniesta y Messi tras el gol del manchego. Desde que el balón salió de los pies del argentino, la jugada tenía la intención de resumir todos estos años

de compartir una idea del fútbol. Un diálogo de visionario­s. Con la excepción de Ronaldinho al principio de su carrera, nadie ha entendido mejor el juego de Messi que Iniesta. Sin embargo, en el repertorio de jugadas que han hilvanado juntos, hay un lance de juego que pasa del todo desapercib­ido y en cambio tiene su importanci­a. Lo vimos ayer en una ocasión. En el centro del campo, Messi toca en corto para Iniesta, que la devuelve a Messi, y este se la devuelve a Iniesta, que se la devuelve a Messi, que la devuelve a Iniesta, y etcétera. Son siete u ocho pases inofensivo­s, casi de calentamie­nto... Pero incrustado­s en el fragor del partido, con los rivales tan cerca, se convierten en un reconocimi­ento mutuo: como si necesitara­n dejar la huella de la simplicida­d del fútbol. Son un ejemplo de la materia prima –el pase– que ellos luego saben convertir en arte. Por eso también queremos tanto a Iniesta. Piel de gallina.

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