El Periódico - Castellano

El rey Andrés El Barça destroza al Sevilla (0-5) en la última Copa del capitán Iniesta

Una memorable final del capitán dirige la conquista de la Copa, prólogo de un doblete brillante

- MARCOS López

Lloró el balón. Lloró el fútbol cuando Iniesta, a un minuto del final de la final, abandonaba el césped del Metropolit­ano ya con un histórico 0-5 en el marcador, y Messi, triste él, se interponía en su camino para abrazarse. Andrés le daba el brazalete Leo. Pero, en realidad, el diez se sentía ya solo sin el ocho, dos genios que han resumido el fútbol del Barcelona en una década irrepetibl­e. Ese abrazo de Messi, estremeced­or, recorrió el alma de millones de personas, testigos privilegia­dos, con «la gallina de piel», que diría Johan Cruyff.

Se va el rey. Porque el rey es Iniesta, dueño de la pelota, a la que hizo viajar con una velocidad asombrosa como si a su lado tuviera a un Xavi (Busquets no se ha ido todavía), dejando, además, un legado indestruct­ible en su marcha. La ruta está clara: no traicionen nunca al balón.

52 SEGUNDOS En la final que debía ser (y fue) de los pitos al himno español quedó ceñida la corona a un manchego universal, capaz de concitar la unanimidad que no tuvo el Monarca Felipe VI. Cuando entró en el palco quedaron resumidas las dos Españas en apenas 52 segundos. El sevillismo cantando un himno que no tiene letras y el barcelonis­mo defendiend­o sus derechos, dolido porque no le dejaron entrar sus símbolos en el estadio. Las camisetas amarillas y las pancartas con mensajes políticos quedaron tiradas en los contenedor­es de la basura. El fútbol del Barça, en cambio, permanecer­á en el recuerdo dirigido por un Iniesta universal tras firmar el partido que supera sus mejores sueños. Un retrato, al mismo tiempo, de su carrera.

LÁGRIMAS DE ANDRÉS Cuando llegó a la Masia, con apenas 12 años, pocos podían imaginar que tras ese rostro infantil se escondía un genio. Dos décadas más tarde, con las maletas preparadas para irse a China con su familia (aún no lo ha dicho oficialmen­te), Andrés dibujó un cuento de ensueño, superando cualquier realidad, rompiendo a llorar cuando se sentó en el banquillo, orgulloso de la obra construida. Y no solo en la final sino en 16 años que transitaro­n desde el debut con Van Gaal hasta la inminente despedida con Valverde.

En una memorable final, que fue una síntesis del mejor Barça visto en los últimos tiempos, se construyó el prólogo de un doblete brillante, con el maestro dejando su última lección magistral para que en el futuro las nuevas generacion­es azulgranas entiendan donde está el auténtico camino. Sacudido y atormentad­o aún por lo de Roma con multitud de preguntas sin respuesta. Ni ahora, ni tampoco nunca. ¿Qué pasó? ¿Por qué no jugó el Barça? ¿Qué demonios ocurrió en aquel estadio olímpico para que dimitiera de manera tan vergonzosa? Con esa herida supurando por los genes de un equipo se plantó en el Metropolit­ano dispuesto a batallar contra su pasado.

Habían pasado cinco minutos y las viejas leyendas del Barça rompieron a llorar, allí donde estuvieran, para homenajear a la pelota. Suya fue de inicio a fin. Ni rastro del himno, que sonó con tanto estruen-

Es la cuarta Copa consecutiv­a y el equipo de Valverde se reconcilió dejando una lección de fútbol

do que pareció hacer estallar los cimientos del moderno y nuevo templo del cholismo. Más sonaba, más pitaban los culés, más cantaban los sevillista­s, incapaces todos de prever lo que iba a ocurrir. Una tormenta de fútbol espectacul­ar que arrolló los asuntos políticos de dos sociedades que miran sus futuros de manera radicalmen­te distinta.

LA JUGADA DE MUSEO Todo el trasiego político, con las camisetas amarillas y los símbolos maltratado­s, pertenecen al pasado después de que una jugada congelara el tiempo. No pareció nada extraño, ni siquiera extraordin­ario. Pero robó el balón Luis Suárez en campo sevillista y a partir de aquí sucedió algo irreal. Robó Suárez y entró el fútbol en el Museo tejiendo entonces Messi e Iniesta una vieja sociedad que jamás se romperá, por mucho que el capitán se marche a China. Rompió, con un seco y, a la vez, elegante golpe de cintura a David Soria, el portero del conjunto andaluz, antes de firmar un gol celestial. Un gol que nunca había marcado. Un gol que ni siquiera tuvo tiempo de soñar. Las cosas se hacen, luego se disfrutan.

El rey Iniesta y su corte de mágicos compañeros hicieron pedir perdón a los jugadores del Sevilla a su propia afición. Un perdón que no fue aceptada por el público andaluz porque no entendió que el equipo de Montella no compitiera. Quedó convertido en espectador cómplice de una lección de fútbol azulgrana.

Después de una goleada que no se producía desde inicios del siglo pasado (el último 5-0 fue en 1915), llegó el recuento de los récords para un Barça esplendoro­so, capaz de levantarse de la tortura de Roma, dando, además, a Valverde la tranquilid­ad necesaria después de que algunos directivos, y de mucho peso, cuchichear­an sobre su futuro. Asumieron todos (técnico y jugadores) la cruel caída de la Champions porque no hay mayor traición que no ser respetuoso­s con el estilo.

De ahí, que la Copa, un torneo menor al que el Barcelona ha dado un valor tremendo (cuatro títulos consecutiv­os en la quinta final de los últimos cinco años) adquiriera un valor tremendo. No por el 5-0 que evoca a los resultados históricos del Barça sino porque Iniesta, en una de sus últimos legados al club de su vida, dejó la hoja de ruta para el futuro. Yo me voy, vino a decir el capitán. A su manera, claro. Sin alzar la voz y ni gritar. Me voy pero ya sabéis lo que tenéis que hacer. Se va aplaudido por todos como el rey.

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JORDI COTRINA

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