El Periódico - Castellano

El sol sale por el este y se pone por el oeste

- Iosu De la Torre PERIODISTA

Ernesto Valverde disfrutó del amanecer del domingo después del 0-5, ya en Barcelona, con la misma sonrisa con la que contempló el atardecer de la víspera de Sant Jordi. La nueva corona eleva su figura. Se le empieza a observar con parecida admiración a la que se tiene ante ciertos filósofos del balón. «¿Qué pasará si se pierde la Copa? Que al día siguiente el sol saldrá por el este y se pondrá por el oeste», advirtió antes de la final con ironía. La vida continúa, claro que sí, y con los astros a favor, más, mal que les pese a cuantos barajaron cortarle la cabeza ni aún ganando el doblete.

A ver quién se atreve después de la exhibición que destrozó al Sevilla. Antes de la final, Valverde recordó que «ganar es una obligación en el Barça».

Los amaneceres de Andrés Iniesta serán más orientales a partir de agosto. Su estampa emocionadí­sima en el banquillo del Wanda, en el último minuto de su última Copa (del Rey), devolvía la de aquel niño llegado de Albacete y que enseguida ungió la mano de Guardiola. Pura bondad, Lo contrario del niño australian­o que birló la tarjeta de crédito a sus padres y se largó de vacaciones a la isla de Bali con tan solo 12 años. El tiempo de las travesuras para Iniesta quizá llegará con la aventura en la Superliga china.

Ese color amarillo

Humor amarillo. Siempre. Incluso con los agentes patógenos que desarrolla­n la fobia al color de la bufanda del Dalai Lama con la que se recuerda a los presos políticos catalanes y que, según el doctor Zoido, incita a la violencia. Quién le daría el máster al ministro de la porra... Durante el fin de semana se han multiplica­do las imágenes de ese hincha vestido de azulgrana al que un policía le ordena quitarse la camiseta amarilla que lleva debajo para arrojarla a una gran papelera. O la de un padre al que un empleado del club anfitrión le arrebata la bufanda, o la de la mujer que besa la prenda con la leyenda Ara és l’hora y la arroja a un contenedor que, vete a saber, recordaba a las urnas del 1-O.

Un capítulo más de la politizaci­ón del fútbol y de la futbolizac­ión de la política. ¿En qué cabeza cabe que se persigan las prendas amarillas? En las de García Albiol y Rivera, según dijeron ayer mismo frente a la alerta de quienes avisan de cómo va amordazánd­ose la libertad de expresión. El sol, lo dijo Valverde, sale por el este y se oculta por el oeste, y estos señores no necesitan gafas protectora­s para mirarlo de cara.

El atardecer del sábado del 0-5 en el Wanda dejó fríos a los dueños de muchos bares que viven del fútbol televisado. La final de Copa era en abierto y dejó huérfanos a los camareros. Era un partido para vivir en casa, que es lo más cercano a tener la fortuna de hacerlo en el estadio. Lo dejó escrito el periodista americano A. J. Liebling: la tele mató la esencia del espectácul­o deportivo. El reportero del New Yorker lo defendía hace casi 70 años y hoy sus crónicas son rescatadas en forma de libro magnífico por la editorial Capitán Swing. ¿Qué hubiera dicho Liebling de este siglo 21 del pago por visión? Que lo responda Jaume Roures. O mejor, el sabio Ernesto Valverde.

El sol seguirá dando vueltas al planeta Tierra. Sin duda.

Se han multiplica­do las imágenes de la mujer obligada por un policía a arrojar la camiseta amarilla

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EL PERIÓDICO Beso a una camiseta arrebatada.
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