‘Blockbuster’ pop
CRÓNICA Arcade Fire exhibió repertorio, sensibilidad y espectáculo El grupo canadiense tomó el Sant Jordi y renovó nuestra fe en los conciertos de grandes dimensiones
G randiosidad y elocuencia pueden, a veces, no tantas veces, ir de la mano: véase el caso de Arcade Fire, una banda de raíz canadiense que se ha hecho famosa por canciones grandes a la par que frágiles y salvajes, o macroconciertos en los que no prescinden del sentimiento de intimidad. De la humanidad.
En la gira Infinite content presentan un disco, Everything now, de canciones con mayor distancia irónica de lo habitual en ellos: dardos a la sociedad de la (sobre)información bajo el influjo musical del pop sueco (o ABBA, sin más) y la música disco. Pero, el sábado, su segundo asalto al Sant Jordi fue tan intenso, real, emocional, como el primero (en noviembre del 2010), si no más, mucho más.
Gracias al ingenioso diseño de Moment Factory y la propia banda, nadie se quedó con las peores vistas en este concierto de estadio. El escenario no estaba en un extremo, sino en el centro. Era cuadrado, con cuerdas (al principio) de ring de boxeo, y sobre él colgaban cuatro pantallas que emitían una mezcla de arte preconcebido con material capturado en tiempo real. La iluminación era dinámica e impactante, y jugaban un papel importante bolas de espejos dispuestas a uno y otro lado del escenario.
Si combinamos este aparato espectacular con una sucesión de hits casi ostentosa, ejecutada con tanta precisión como palpable entusiasmo, el resultado es un blockbuster pop de primer orden. Cuando creíamos que ya no podían sorprendernos, Arcade Fire dan un (cariñoso) golpe en la mesa, nos recuerdan su grandeza y renuevan nuestra fe en los conciertos de grandes dimensiones.
MARATÓN DE CLÁSICOS Win Butler, Régine Chassagne y su extensa troupe llegaron al ring a través de un pasillo demarcado en el suelo, como púgiles al uso, aunque sin guantes ni casaca. Un maestro de ceremonias listaba virtudes por megafonía y las pantallas ofrecían otros datos importantes, como el peso total del grupo: 952 kilos. Empezaron golpeando fuerte, con el cuádruple nocaut de Everything now, la springsteeniana Rebellion (Lies), la carnavalesca Here comes the night time y una sobrecogedora No cars go con focos de luz dibujando una curva hacia el techo con cada «¡hey!».
Si podían permitirse este despliegue para empezar, es porque les quedaban cartuchos de sobra por quemar. Caso de maravillas del maltratado nuevo disco como Electric blue, hit roller disco cantado por Régine Chassagne, y la muy ABBA Put your money on me. También el anterior disco, Reflektor, del 2013, dividió opiniones, pero esa noche sus piezas sonaron a clásicos: radiante It’s never over (Hey Orpheus), con Régine y Win dialogando con un océano de gente por medio (ella había ido por propio pie hasta las gradas más lejanas); diabólico punk-funk Reflektor, con referencia final al Temptation de New Order.
Entre clásico y clásico, al principio del bis se coló un pequeño desliz, We don’t deserve love. ¿Es aburrimiento esto que asoma? No puede ser. Por suerte, la sensación duró poco: todo acabó con una Wake up sorprendente, mano a mano con la telonera Preservation Jazz Hall Band, unos clásicos de Nueva Orleans, donde Butler y Chassagne residen desde hace unos años. Mucho color, mucho calor.