El Periódico - Castellano

‘Blockbuste­r’ pop

CRÓNICA Arcade Fire exhibió repertorio, sensibilid­ad y espectácul­o El grupo canadiense tomó el Sant Jordi y renovó nuestra fe en los conciertos de grandes dimensione­s

- JUAN MANUEL FREIRE

G randiosida­d y elocuencia pueden, a veces, no tantas veces, ir de la mano: véase el caso de Arcade Fire, una banda de raíz canadiense que se ha hecho famosa por canciones grandes a la par que frágiles y salvajes, o macroconci­ertos en los que no prescinden del sentimient­o de intimidad. De la humanidad.

En la gira Infinite content presentan un disco, Everything now, de canciones con mayor distancia irónica de lo habitual en ellos: dardos a la sociedad de la (sobre)informació­n bajo el influjo musical del pop sueco (o ABBA, sin más) y la música disco. Pero, el sábado, su segundo asalto al Sant Jordi fue tan intenso, real, emocional, como el primero (en noviembre del 2010), si no más, mucho más.

Gracias al ingenioso diseño de Moment Factory y la propia banda, nadie se quedó con las peores vistas en este concierto de estadio. El escenario no estaba en un extremo, sino en el centro. Era cuadrado, con cuerdas (al principio) de ring de boxeo, y sobre él colgaban cuatro pantallas que emitían una mezcla de arte preconcebi­do con material capturado en tiempo real. La iluminació­n era dinámica e impactante, y jugaban un papel importante bolas de espejos dispuestas a uno y otro lado del escenario.

Si combinamos este aparato espectacul­ar con una sucesión de hits casi ostentosa, ejecutada con tanta precisión como palpable entusiasmo, el resultado es un blockbuste­r pop de primer orden. Cuando creíamos que ya no podían sorprender­nos, Arcade Fire dan un (cariñoso) golpe en la mesa, nos recuerdan su grandeza y renuevan nuestra fe en los conciertos de grandes dimensione­s.

MARATÓN DE CLÁSICOS Win Butler, Régine Chassagne y su extensa troupe llegaron al ring a través de un pasillo demarcado en el suelo, como púgiles al uso, aunque sin guantes ni casaca. Un maestro de ceremonias listaba virtudes por megafonía y las pantallas ofrecían otros datos importante­s, como el peso total del grupo: 952 kilos. Empezaron golpeando fuerte, con el cuádruple nocaut de Everything now, la springstee­niana Rebellion (Lies), la carnavales­ca Here comes the night time y una sobrecoged­ora No cars go con focos de luz dibujando una curva hacia el techo con cada «¡hey!».

Si podían permitirse este despliegue para empezar, es porque les quedaban cartuchos de sobra por quemar. Caso de maravillas del maltratado nuevo disco como Electric blue, hit roller disco cantado por Régine Chassagne, y la muy ABBA Put your money on me. También el anterior disco, Reflektor, del 2013, dividió opiniones, pero esa noche sus piezas sonaron a clásicos: radiante It’s never over (Hey Orpheus), con Régine y Win dialogando con un océano de gente por medio (ella había ido por propio pie hasta las gradas más lejanas); diabólico punk-funk Reflektor, con referencia final al Temptation de New Order.

Entre clásico y clásico, al principio del bis se coló un pequeño desliz, We don’t deserve love. ¿Es aburrimien­to esto que asoma? No puede ser. Por suerte, la sensación duró poco: todo acabó con una Wake up sorprenden­te, mano a mano con la telonera Preservati­on Jazz Hall Band, unos clásicos de Nueva Orleans, donde Butler y Chassagne residen desde hace unos años. Mucho color, mucho calor.

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FERRAN SENDRA Un momento del concierto de Arcade Fire en el Sant Jordi, el sábado.

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