El Periódico - Castellano

LOS ROHINYÁS, ATRAPADOS EN UN INFIERNO

Más de 700.000 musulmanes perseguido­s en Birmania sobreviven hacinados en Bangladés Las mafias locales aprovechan la desesperac­ión de los desplazado­s y los reclutan bajo engaños

- RICARD Garcia Vilanova

Más de 700.000 musulmanes que huyeron de las masacres en Birmania sobreviven hacinados en Bangladés entre penalidade­s y el acecho de las mafias, que bajo engaño los conducen a tramas de prostituci­ón y trabajos forzados.

En las colinas de Cox’s Bazar, en el sudeste de Bangladés, se amontonan desde septiembre más de 700.000 rohinyás. Todos ellos han llegado ahí tras haber sido expulsados de Birmania. Y todos tienen una historia de terror que contar. De violacione­s, masacres, aldeas arrasadas y propiedade­s saqueadas. La pesadilla de Rokeya Begum, una mujer de 35 años, empezó hace seis meses, cuando los militares irrumpiero­n en Nakkain Dang, su pueblo natal. Rokeya cuenta que los militares birmanos los obligaron a salir de las casas y les robaron todo lo que encontraro­n de utilidad. Y la cosa fue a más. «Los soldados y los monjes torturaban a la gente, violaban a las niñas... Dispararon a mi marido y a mi hijo pequeño. Mohammed perdió la pierna por culpa de ellos».

Por eso, Rokeya vive su nueva vida de refugiada con resignació­n. «No es una buena casa, pero estamos contentos de estar aquí. Si acabamos muriendo en este campo nos estará bien, lo que no queremos es regresar nunca a Nakkain Dang», sentencia. El ataque del Ejército birmano les dejó sin nada. «No tuve tiempo ni de llevarme el burka, solo a mis cuatro hijos», relata mientras se abanica para aliviarse del sofocante calor que invade la tienda.

Mohammed Jubayer, su hijo de 8 años, solo borra la sonrisa cuando enseña los callos que le han salido en las manos de andar con el bastón de madera que tiene que usar al haber perdido la pierna. «Lo que más me gusta es aprender lengua y el árabe en la madraza», dice sonriente, y confiesa que su sueño es que cuando sea mayor le crezca una nueva pierna.

A pocos metros está Sayedul Amin, que tiene siete hijas y un varón. Como cabeza de familia, admite que después de medio año ya se están haciendo a la idea de que no podrán volver a Birmania. «Nos hemos enterado de que, después de quemar nuestra casa, los soldados la derribaron, y en ese mismo lugar están construyen­do hogares para otra gente budista». Lo saben porque aún quedan rohinyás que se han resistido a huir y les han contado cómo están intentando borrar del mapa su existencia. La mayoría no tiene documentos de identidad, así que no podrán probar jamás que son ciudadanos birmanos.

La desesperac­ión que se vive en los campos también ha sido usada por las mafias para engañar a los refugiados. Según confirmó una investigac­ión de la BBC el pasado marzo, mujeres adolescent­es y niños son tentados a salir de los campos con la promesa de una vida mejor y, en cambio, acaban siendo víctimas de la prostituci­ón y de trabajos forzados. La oenegé Help cifra en cerca de 2.500 las mujeres y niños que han desapareci­do en los campos desde septiembre víctimas de mafias. El periódico local Dhaka Tribune cifró en 352 las personas detenidas por las autoridade­s de Bangladés con relación a estos grupos criminales.

Esa era la principal preocupaci­ón de Safika, de 40 años, cuando sus cuatro sobrinas se quedaron huérfanas. «Los soldados nos lo robaron todo, pegaban a la gente. A mi hermana la violaron y la mataron. Encontré a las cuatro niñas solas así que decidí llevármela­s a Bangladés». Explica que su idea es quedarse aún unos años con Tahara, de 15, y Sukh Tara, de 12,

«Los militares y los monjes birmanos torturaban a la gente y violaban a las niñas», relata una refugiada

pero a las dos mayores, Rojina y Janmat, de 18 y 16 años, las tendrán que casar porque la situación no es sostenible. «Solo nos tienen a nosotros, no pueden vivir solas, pero no podemos mantenerla­s a todas».

Las hermanas ayudan a su tía con las tareas domésticas. Pero cuando tienen que responder cuál es su sueño, qué esperan lograr en los próximos años, se bloquean, no saben qué decir. Según los trabajador­es de Save The Children que las acompañan, este tipo de reacciones forman parte del trauma que arrastran.

La masiva llegada de familias rohinyás en un país donde un tercio de la población vive por debajo del umbral de la pobreza ha levantado ampollas entre la población local. Los bangladesí­s se quejan de que sus viviendas no son mucho mejores que las tiendas de los refugiados y que, en cambio, ellos no reciben ayudas de las oenegés. Y no solo se sienten ignorados, además denuncian que los refugiados hacen sus mismos trabajos por menos dinero y que, desde su llegada, han aumentado los robos y el tráfico de drogas.

Un grupo de mujeres han ido a quejarse de sus nuevos vecinos a la oficina de un líder local de Ukhiya. Gofur Uddin Chowdhury anota sus demandas y confirma que no es un problema aislado. «Hay 12.000 personas afectadas, 4.000 casas, 2.200 hectáreas de Kutupalong hasta Balukhali. Han ocupado zonas que usábamos para plantar arroz, vegetales... También han ocupado colegios y hasta mi oficina, donde se han instalado las fuerzas de seguridad».

LA HEROÍNA Uddin denuncia que no reciben ninguna compensaci­ón y propone una solución si no pueden devolverlo­s a Birmania. Plantea que los encierren en campos de confinamie­nto «como los que hay en su país». Sanjida Yesmin, de 20 años, es una bangladesí afectada. Los rohinyás ocuparon su terreno, arrancaron la vegetación e instalaron sus tiendas. «En mi jardín tenía muchos árboles, dos cabras se murieron porque no tenía con qué alimentarl­as y tuve que vender la vaca. No son buena gente, las mujeres no se cubren, y los hombres toman yaba (heroína). Mi marido se ha enganchado a la yaba por su culpa. Ahora somos refugiados rodeados de rohinyás».

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EXPULSADOS DE BIRMANIA Niños rohinyás en Bangladés.
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RICARD GARCIA VILANOVA
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RICARD GARCIA VILANOVA

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