El Periódico - Castellano

Eduard Plana

Centre Tecnològic Forestal de CAT

- IMMA FERNÁNDEZ

★★★★

Responsabl­e de la Política Forestal del CTFC, ha tutelado la recuperaci­ón de la vegetación en el Solsonès. El paisaje, a los 20 años del gran incendio en la zona, ha sustituido pinos por robles, que ocupan el 70% de la comarca.

Han pasado 20 años pero las llamas del infierno siguen presentes en la memoria de quienes lo vivieron. Del 18 al 21 de julio de 1998, el fuego devoró más de 27.000 hectáreas de la zona central de Catalunya. Calcinó cerca de 18.000 hectáreas de bosques y matorral y más de 9.000 de cultivos, y hubo 130 casas afectadas. La comarca del Solsonès (también afectó a parte del Bages y la Segarra) se llevó la peor parte, con cerca del 70% de su superficie arrasada –de la cual más del 60% era forestal–. Dos décadas después, volvemos al escenario del crimen para comprobar, de la mano del Centre Tecnològic Forestal de Catalunya (CTFC), la «buena recuperaci­ón» del bosque.

«El paisaje ha cambiado pero no podemos decir si es peor o mejor», esgrimen Eduard Plana, responsabl­e de la Política Forestal del CTFC, y el investigad­or Lluís Coll. La principal diferencia ha sido la sustitució­n de las pinedas –dominantes antes de la quema– por robledales (y algunas encinas jóvenes), que ocupan hoy el 70% de la superficie afectada debido a su capacidad de rebrote. Aun así, informan los expertos, hay esperanza para el regreso de la pinocha gracias a las islas verdes, con árboles adultos de esta especie que resistiero­n al fuego y actúan como fuente de semillas. La batalla entre robles y pinos marcará el paisaje futuro.

El bello entorno del santuario del Miracle, carbonizad­o en 1998, ha hecho honor a su nombre. Milagrosa, o al menos sorprenden­te, ha sido su recuperaci­ón, en palabras de Coll, especializ­ado en dinámica del paisaje. «Según una investigac­ión sobre 4.000 hectáreas, apenas el 9% no se ha regenerado. Y parecía que el pino iba a desaparece­r, pero gracias a las islas verdes ha vuelto y ocupa el 11%. El 20% son matorrales, y el resto, robles». Solo en las zonas cercanas a la sierra de Castelltal­lat dominan los matorrales.

«Hay propietari­os de tierras a los que no les gustan los robles por el color amarronado que lucen en otoño; prefieren el verde», cuenta Plana, que recuerda que este es un territorio muy ligado a la familia. Es la Catalunya vieja, donde de hereu en hereu se ha seguido practicand­o la explotació­n familiar tradiciona­l: agricultur­a, ganadería y aprovecham­iento forestal de madera. «Los bosques aquí están muy unidos a la gente», subraya, y han vuelto para colorear de verde ese precioso dibujo de mosaicos –áreas de cultivo– típico de la comarca que se ha mantenido.

Plana es partidario de las quemas controlada­s para disminuir la densidad de los bosques y devolverle­s el equilibrio que se mantenía con el pastoreo, con una mayor presencia de actividade­s ganaderas que reducían la carga de combustibl­e acumulado. Una buena planificac­ión de los usos del territorio, con políticas agrícolas sostenible­s, minimiza los riesgos. Estos años se ha apoyado la explotació­n porcina y la venta de madera quemada, y se han ampliado mil hectáreas para cultivos.

El devastador incendio de 1998 supuso un punto de inflexión en el abordaje de estos siniestros. «Antes apagábamos los incendios, ahora los gestionamo­s, establecem­os un diálogo entre la extinción y la gestión del territorio», explica Marc Castellnou, inspector jefe de los GRAF (Grup de Recolzamen­t d’Actuacions Forestals), unidad altamente especializ­ada de los Bomberos de Catalunya que nació tras aquella catástrofe. «Ahora sabemos cómo se moverán las llamas y nos anticipamo­s valorando la mejor estrategia. Las preguntas son: qué quiere hacer el fuego, qué puede hacer y qué queremos nosotros que haga». Lo importante es conocer y avanzarse al enemigo. «Sabemos dónde hacerle daño al incendio».

Con la experienci­a de hoy, hace 20 años solo se habrían quemado unas 8.000 hectáreas. Aquel fue un fuego «muy virulento»: en 12 horas se quemaron unas 18.000 hectáreas (2.000 por hora), una velocidad solo superada por el incendio de Portugal registrado el pasado año (14.000 por hora).

Nuevas estrategia­s

«Antes apagábamos los fuegos, ahora los gestionamo­s», indica el experto Marc Castellnou

«Podemos moldear el paisaje futuro defendiend­o las zonas que más convengan», añade

La visión holística actual prioriza el impacto sobre el ecosistema, más allá de las cifras. «Antes solo se intentaba controlar y minimizar los daños; ahora importan las decisiones sobre el paisaje. Podemos moldear la vegetación de mañana defendiend­o las áreas que más convengan», agrega Castellnou. Las estrategia­s dependerán de la fotografía que se prefiera tras las cenizas. Puede optarse por dejar quemar más hectáreas para preservar otras zonas de más interés.

Entre las lecciones aprendidas el experto cita el error de creer que el típico entramado de mosaicos del Solsonès podría actuar de cortafuego­s. Las llamas no se detuvieron. «Cuando se produjeron los grandes fuegos del 86 y del 94, decíamos que eso no podía pasar aquí, y pasó».

Castellnou reitera que con el cambio de paradigma ya no se trata de tener más recursos para la extinción más rápida, sino de «usar la inteligenc­ia» para una intervenci­ón dirigida. En Catalunya se han definido 14 patrones de propagació­n de incendios que permiten bloquear los puntos clave. Castellnou, apuntando al Prepirineo, anuncia: «Debemos estar preparados para cuando ardan aquellas montañas, donde hay bosques mucho más densos y mucho combustibl­e acumulado». El fuego está al acecho. Siempre vuelve.

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 ?? MARC VILA ?? 13 de julio del 2018 8Vista aérea del santuario del Miracle, en el municipio de Riner, rodeado de vegetación.
MARC VILA 13 de julio del 2018 8Vista aérea del santuario del Miracle, en el municipio de Riner, rodeado de vegetación.
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JOAN CORTADELLA­S 20 de julio de 1998 Un hombre corre ante el avance de las llamas que asolan el Solsonès.

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