El Periódico - Castellano

La gran fiesta republican­a

París se echa a la calle para recibir en los Campos Elíseos a los nuevos campeones del mundo Las estrellas del fútbol disfrutan con la recepción montada en el palacio presidenci­al

- EVA CANTÓN

Los parisinos la llaman la avenida más bella del mundo. Ese eje histórico de apenas dos kilómetros, que va del Arco del Triunfo a la plaza de la Concordia, cristaliza en ocasiones el estado de ánimo de todo un país. Ayer, los Campos Elíseos esperaban con impacienci­a el regreso de los campeones del Mundial de Rusia.

La selección de Didier Deschamps aterrizaba en el aeropuerto Charles de Gaulle a primera hora de la tarde y se dirigió luego en un autobús descapotab­le a mostrar el trofeo ante miles de personas arremolina­das detrás de las vallas con la esperanza de ver de cerca a les bleus. El homenaje popular fue impresiona­nte pero la seguridad también en un país que vive bajo la amenaza constante del terrorismo.

Dos mil agentes de las fuerzas del orden y 400 miembros de protección civil vigilaron el recorrido de la selección francesa por los Campos Elíseos, que duró apenas diez minutos y dejó a muchos fans decepciona­dos. Aun así, algunos no quisieron perderse ese momento histórico, como Christian, que a sus 34 años rememora el triunfo de 1998 y quería que sus hijos vivieran con él la victoria de Francia 20 años después: «Sería maravillos­o que mis hijos lo recordaran como yo», decía. Los campeones fueron luego recibidos en el Elíseo por el presidente francés, Emmanuel Macron y su esposa Brigitte, que saludaron al selecciona­dor y al capitán del equipo Hugo Lloris antes de posar con los jugadores en la alfombra roja del patio presidenci­al.

En las escalinata­s del Elíseo, los jugadores se saltaron el protocolo y tras entonar el ya tradiciona­l I will Survive de Gloria Gaynor se pusieron a cantar La Marsellesa.

«No cambiéis y no olvidéis jamás de dónde venís. Detrás de vosotros hay clubs que os han formado, clubs de toda Francia. Hay educadores que no han escatimado su tiempo, padres que no han escatimado su tiempo. Como lo habéis dicho durante toda esta Copa, ¡viva la República, ¡viva Francia!», les dijo el presidente, que les impondrá a los jugadores la Legión de Honor en los próximos meses.

Respiro para Macron

Los jugadores bromearon ante una pléyade de invitados. Macron les había preparado una fiesta en los jardines del palacio presidenci­al a la que asistieron mil jóvenes que se entrenan en los clubs donde se han formado Kylian Mbappé, Paul Pogba, Olivier Giroud, Benjamin Pavard y Samuel Umtiti, así como miembros del equipo de los Juegos Olímpicos 2024 y el Gobierno al completo.

Aunque ha tenido la cautela de evitar la instrument­alización política de la victoria de los bleus, muchos analistas trazan un inevitable paralelism­o con la trayectori­a de Emmanuel Macron que tras su fulgurante carrera hacia el Elíseo dijo aquello de «France is back». «La cultura del triunfo, el reto imposible, el espíritu de equipo. Son muchas las cosas que recuerdan su propio recorrido», recordaba Le Figaro.

Macron también ha visto sorprendid­o las declaracio­nes de amor de los jugadores a Francia y a la República. Sin duda Didier Deschamps ha tenido algo que ver en esto. «Algo ha cambiado respecto a 1998. No se hace una lectura multicultu­ral del equipo. La diversidad no es un tema. Ya no es el equipo black, blanc, beur, sino simplement­e el equipo de Francia», indica en el mismo diario Bruno Roger Petit, portavoz de la presidenci­a.

En todo caso, es una bocanada de aire fresco para un político en horas bajas, percibido como el presidente de los ricos y alejado de la calle. Aunque el fútbol tiene la virtud de unir a todos los franceses en un irrepetibl­e espíritu de comunión nacional, no será el Mundial el que le ayude a reformar las pensiones o la administra­ción pública. Pero toda Francia vibra con este paréntesis de felicidad y euforia colectiva.

Para algunos, el VAR es la panacea, entusiasta­s que celebran como un gol cada una de sus intervenci­ones. Para otros, reacios ante cualquier cambio, se trata de una intromisió­n inadmisibl­e en la esencia de este deporte que no admite interrupci­ones ajenas al juego. Pero por muy escépticos que seamos, no parece razonable oponerse a un avance que intenta minimizar la injusticia en el fútbol. Alguien tiene que apiadarse de ese árbitro que juzga a ciegas. Pero como todo progreso, y como era de esperar, el sistema aún tiene defectos y, por lo tanto, margen de mejora. Porque fue precisamen­te en el mejor escenario, en la final de un Mundial, cuando el VAR expuso sus principale­s deficienci­as.

Croacia resultó perjudicad­a en dos acciones. En la primera, el gol en propia puerta de Mandzukic viene precedido por una falta sobre Griezmann que nunca existió. El VAR actuó correctame­nte porque la jugada quedaba fuera de sus límites de acción. Pero no se hizo justicia.

Sí que rearbitró, en cambio, una mano dentro del área de Croacia, que supuso el segundo gol francés. En este caso –tan rígido como es respecto a cuándo debe entrar–, el VAR nos mostró una segunda deficienci­a: la teoría dice que solo debe entrar a corregir los errores flagrantes del árbitro, las jugadas indiscutib­les. Y esta no parece serlo, teniendo en cuenta que no hay unanimidad respecto a la punibilida­d o no de la misma.

A Croacia no le sirvió el VAR cuando le tocaba a favor, y en cambio sí que le perjudicó en una acción que el árbitro no hubiera señalado como penalti. Me dirán que objetivame­nte un error es mejor que dos, que la ley de compensaci­ón empeora un arbitraje, pero lo paradójico es que sin VAR, con un error por bando del árbitro, el resultado al descanso hubiera sido más justo.

El VAR es un paso hacia un fútbol más justo; la cuestión es conseguir que sea así. Y en la final del Mundial no lo fue. Aún queda camino por delante. Pero ya ven, escuchando a los protagonis­tas y las discusione­s posteriore­s al partido, lo que ha demostrado el VAR es que la polémica no va a desaparece­r: los amigos de la salsa del fútbol pueden estar tranquilos.

Macron: «No olvidéis jamás de dónde venís. Detrás vuestro hay clubs de toda Francia»

Más de 2.000 policías vigilaron el recorrido, que duró apenas diez minutos

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AFP / BERTRAND GUAY Rúa blindada aficionado­s no pudieron acercarse al autobús de los campeones en su paso por París.

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