Palabras: el cómo y el qué
Me parece algo muy natural que un escritor juegue con las palabras. Yo pienso, en estos momentos, en la letra p que se hizo amiga de la letra a. Una pareja que se ha impuesto en el vocabulario. Lo muestran algunos ejemplos: El sencillo pan, la pala, la paciencia, el paladar y la paliza, el papá que tiene papada... y, cómo no, el papel, que es tan importante para mí porque siempre me encuentro rodeado de una gran cantidad de papeles escritos.
Evitamos los parásitos y nos gusta conocer bonitos parajes. Y la expresión te doy la palabra me parece que es dar mucho. ¿Y siempre están de acuerdo la pareja, los padres y los parientes?
Me gustaría saber cómo nacieron estas espléndidas palabras de cuatro aes, como caravana y parafernalia... También decimos hablar, cantar, saltar, ganar, que son aes muy activas. La letra i, en cambio, es más pasiva: dormir, huir, morir...
Hay un arte que no resulta fácil: el arte de pronunciar correctamente las palabras. Y eso no es tan fácil ni tan habitual como puede parecer. A menudo hablamos comiéndonos algunas sílabas. En otras ocasiones las superponemos, y así arrastramos palabras enteras. Decimos: «Ya me entiendes, ¿verdad?».
A menudo nos entendemos. Tiene mérito entenderse arrastrando palabras. En las escuelas deberían hacer –¿ya se hacen?– prácticas de articulación vocal.
YO SÉ
aceptablemente el idioma francés, un poco el inglés y solo cuatro palabras de alemán. Hay algunas personas que, al oírme hablar, llegan a pensar que domino esas tres lenguas. Y no es cierto. Simplemente, les engaña mi aceptable acento.
En algún momento de la vida puede ser más importante el cómo se dice que lo que se dice. Y también puede suceder al revés. Depende, a menudo, de si aparecen unos sentimientos. A veces nos entendemos sin decir nada. ¡Qué maravilla!
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Unas veces importa más el cómo se dice que lo que se dice; otras, sin decir nada ya nos entendemos