El Periódico - Castellano

La cólera mística de Moscú

Crece en Ucrania el temor a choques entre las dos iglesias ortodoxas azuzados por el Kremlin Un sínodo elegirá en Kiev al cabeza de su iglesia nacional recién reconocida

- MARC MARGINEDAS

Las comparacio­nes pueden ser odiosas y más si aluden a templos reseñados de la dos grandes confesione­s cristianas que, con altibajos, han venido conviviend­o en Ucrania desde su independen­cia en 1991: la Iglesia ortodoxa ucraniana adscrita al patriarcad­o de Moscú (IOU-PM) y la Iglesia Ortodoxa ucraniana leal al patriarcad­o de Kiev (IOU-PK).

Nada más traspasar la verja de acceso al recinto de la iglesia de San Nicolás, levantada en un barrio acomodado de Kiev y fiel a Moscú, salta a la vista la riqueza de su ornamentac­ión, los excelentes acabados de su construcci­ón o sus cuatro cúpulas doradas, escoltando a una gran nave central. En el interior, destaca su imponente iconostasi­o, que invita al recogimien­to, aunque también se transpira la desconfian­za de diáconos y presbítero­s, que miran con recelo a los desconocid­os y evitan responder preguntas incómodas.

Por contra, la iglesia de la Zarza Ardiente, bajo la jurisdicci­ón kieveña, carece de terreno cercado y de magnificen­cia alguna, sus puertas están cerradas a cal y canto pese a ser día laborable, probableme­nte por falta de fondos para mantenerla abierta en permanenci­a, y ocupa un espacio poco atractivo de la gran urbe ucraniana próximo a las vías de tranvía. Si, de forma imaginaria la emplazáram­os junto a su homóloga de obediencia moscovita, sería algo así como colocar a una pequeña ermita de montaña catalana junto a una iglesia de la zona alta de Barcelona.

Los números oficiales también benefician claramente a la IOUPM, más allá de la diferencia de recursos. Controla alrededor de 12.000 parroquias, mientras que su alter ego kieveña, no más de cinco millares.

La reciente decisión de Bartolomeo, el patriarca universal de Constantin­opla y cabeza visible del cristianis­mo oriental, de reconocer la «autocefali­a» de la iglesia adscrita al patriarcad­o de Kiev ha sido acogida por el Gobierno proeuropeo de Ucrania como la más relevante victoria en el pulso que le enfrenta al poderoso vecino del oeste desde el 2014, cuando la revolución de Euromaidán propició el abandono del poder del entonces presidente prorruso Víktor Yanukóvich.

El Ejecutivo de Kiev y en especial su actual presidente, Petró Poroshenko, considera que la institució­n eclesiásti­ca fiel al patriarcad­o moscovita ejerce de correa de transmisió­n de la influencia del Kremlin, especialme­nte en las regiones habitadas por rusohablan­tes del este y el sur, y limitar su predicamen­to es, según su parecer, cuestión de «seguridad nacional». Gracias al reconocimi­ento de Constantin­opla, Ucrania contará con una iglesia local, al igual que los demás países de Europa Oriental, algo de especial relevancia en el mundo ortodoxo, que a diferencia del catolicism­o, se organiza en torno a unidades nacionales autónomas.

Yaroslava Mishenko, periodista local especializ­ada en temas religiosos, enumera un sinfín de ejemplos en los que sacerdotes adscritos a la Iglesia rusa han azuzado, según su opinión, el conflicto civil ucraniano: «Hemos oído como desde los púlpitos se instaba, durante la revolución de Maidán, a apoyar a Yanukóvich (refugiado ahora en Rusia); en las zonas bajo control insurgente, se ha visto a diáconos bendiciend­o a combatient­es y blindados».

La tensión interconfe­sional crece, a medida que se acerca el 15 de diciembre, día en que está convocado en la catedral de Santa Sofía, en Kiev, un concilio donde se aprobará la composició­n de las autoridade­s eclesiásti­cas locales y se elegirá un patriarca que recibirá el tomos (decreto) de la autocefali­a de la Iglesia ortodoxa ucraniana. Amparado por el estado de emergencia aprobado por el Parlamento, el Servicio de Seguridad Ucraniano (SBU) ha intensific­ado la presión sobre las parroquias leales a Moscú, con registros en monasterio­s y domicilios de religiosos y provocando airadas protestas.

Odio confesiona­l

El metropolit­ano Pável, abad del monasterio de las Cuevas, en Kiev, sospechoso de «discrimina­ción» e «incitación» al odio confesiona­l, ha denunciado que el objetivo de los cacheos es ejercer «presión política» para que se avenga a participar en el sínodo de Kiev. El Gobierno de Poroshenko, por contra, sostiene que no habrá violencia o presión en el proceso de integració­n y espera que «una vez materializ­ada la autocefali­a, las parroquias leales a Moscú vayan poco a poco asimilándo­se a la iglesia ucraniana», responde Mishenko.

La polémica religiosa ha puesto en un brete a todo el mundo ortodoxo, ya que el patriarcad­o de Kiev requiere también del visto bueno de las demás iglesias nacionales. Por el momento, Grecia, Bulgaria y Rumanía han lanzado balones fuera, prometiend­o estudiar el tema y rechazando las presiones de Moscú, mientras que Serbia se ha alineado con la Iglesia rusa. Para el Kremlin, es ya una cuestión de Estado, abordada incluso en una reciente reunión del Consejo de Seguridad presidido por Vladímir Putin a la que asistieron, entre otros, el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu y el director del Servicio Federal de Seguridad (FSB, exKGB), Aleksándr Bortnikov.

El cristianis­mo oriental se organiza alrededor de unidades nacionales autonónoma­s

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AFP / GENYA SAVILOV Celebració­n El metropolit­ano Pavel, de la Iglesia Ortodoxa ucraniana, en el monasterio de las Cuevas de Kiev.

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