Retrato de los barras bravas
Las hinchadas violentas están tan vinculadas a los clubs argentinos que forman parte del negocio futbolístico El jefe del grupo de Boca afirma que la violencia no terminará nunca
En 1951 se estrenó en Argentina El hincha. La película dirigida por Manuel Romero contó con la participación estelar de Enrique Santos Discépolo, una de las glorias del tango de la primera mitad de siglo. Discepolín, como le decían, encarna a El Ñato, un obrero cuya vida gira alrededor del club de sus amores. Tanto quiere a los colores de la camiseta que posterga indefinidamente el casamiento con su eterna novia.
Lo primero, insiste, es el Victoria Fútbol Club. Hay que ayudarlo a que no pierda su categoría. Después vendrá el matrimonio. «¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones a las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?», filosofa El Ñato.
La imagen sentimental que ofrecía Discépolo pertenece a un pasado irrecuperable de la cultura popular argentina que tiene al fútbol como uno de sus pilares. El hincha ha quedado eclipsado por la figura de los barras bravas y todo lo que se ha instalado con ellos alrededor de los estadios.
Los matones de las tribunas no han surgido por generación espontánea. Se alimentan de sus relaciones con los dirigentes de los clubs, sindicalistas, políticos y los mismos jugadores, como lo ha confirmado desde Madrid Darío Benedetto, el goleador de Boca Juniors. «Bienvenido sea porque es un líder histórico», dijo sobre Rafael di Zeo, quien finalmente no viajó a España. La policía le impidió subir a un avión.
La escuela de la violencia
«¿Vos te creés que conmigo preso la violencia se va a terminar? ¿Vos te creés que si nos juntan a todos en una plaza y nos matan, la violencia se va a terminar? No, no se va a terminar nunca. ¿Sabés por qué? Porque esto es una escuela. Y seguirá por siempre», ha reconocido alguna vez Di Zeo.
La frase es citada en La Doce, la verdadera historia de la barra brava de Boca. De acuerdo con Gustavo Grabia, el autor del libro, Di Zeo les enseñó en el 2005 a los Ultra Sur, el grupo radical del Real Madrid, cómo volver rentable la pasión futbolística. Di Zeo estuvo preso pero recuperó la libertad, un beneficio que le ha sido esquivo al karateka y exjefe del barra brava de River, Alan Schlenker, quien cumple una condena por homicidio .
Los barras bravas cobran caro por su aliento: manejan el párking adyacente a los estadios, el negocio de los suvenires, y en algunos casos el menudeo de la droga. Hasta participan en la venta de jugadores. Los monos, la banda narco de Rosario, la ciudad de Leonel Messi, está completamente entreverada con las hinchadas rivales de Rosario Central y Newell’s Old Boys. Pero, además, se suele señalar, no ha sido ajena, a partir de estos vínculos, a las transferencias de jugadores como Ángel di María y Miguel Ángel Correa.
El empresario de la construcción Javier Cantero asumió en el 2011 la presidencia de Independiente, el club que más Copa Libertadores ha obtenido, con la bandera de la erradicación moralizante de los barras bravas. Como era de esperar, fue derrotado de forma estrepitosa en su propósito.
Di Zeo, el líder boquense, enseñó a los Ultra Sur a hacer rentable su pasión futbolística
Una vida de sultán
El presidente de Independiente se propuso acabar con la lacra en su club pero fracasó
En la actualidad, la institución la maneja un sindicalista muy poderoso, Hugo Moyano. Buena parte de los barras bravas de Independiente siguen gozando de sus privilegios. Lo que les ocurrió meses atrás a Eduardo D’Aquila y Pablo Bebote Áverez, sus líderes, suele ser considerado una excepción que confirma la regla de la impunidad que los protege.
Cuando D’Aquila fue detenido, salió a luz una vida de sultán. Vivía en una mansión levantada en una urbanización bonaerense. El barra brava tenía una peculiar afición por la pintura. Sobre una pared de la lujosa casa colgaba un cuadro. El óleo representa a Scarface, el narcotraficante de origen cubano que azota a Miami en la película de Brian di Palma y al que Al Pacino le dio una extraordinaria carnadura. El otro cuadro era el de Pablo Escobar, el capo del cartel de Medellín.
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