El Periódico - Castellano

Juan Cruz y los demás

El periodista publica ‘Primeras personas’, un conjunto de retratos de grandes personajes tan dispares como Günter Grass, Ingmar Bergman, Carmen Balcells, Carlos Fuentes y José Saramago

- ELENA HEVIA

Pablo Neruda tiene un verso que dice que el destino del hombre es amar y despedirse. Y al periodista y antaño editor Juan Cruz, que ha conocido a todo el mundo de la cultura –es decir, a todo el mundo– incluso más allá de lo estrictame­nte profesiona­l, le gusta esa imagen por lo que supone de haber disfrutado de la experienci­a («claro que Neruda se refería a otro tipo de amor», explica) y porque a estas alturas del partido a la mayor parte ha tenido que decirles adiós.

Su nuevo libro, Primeras personas (Alfaguara), es otra vez una mirada retrospect­iva, un pasar cuentas con la gente a la que ha querido, tan dispares como Günter Grass, José Saramago, Carlos Fuentes, Leonard Cohen, García Márquez, Carmen Balcells y Ingmar Bergman. Y a poco que se esté atento a la bibliograf­ía del incansable Cruz –en el mundillo profesiona­l suele decirse que solo Dios y Cruz tienen el don de la ubicuidad–, se detectará que este libro de memorias, o más bien de fragmentos de memoria, podría parecer la continuaci­ón de Egos revueltos, libro en el que quiso convertir la anécdota en categoría. Pero es otra cosa, dice, un autorretra­to esquinado de cómo todos ellos influyeron en el autor. Son, lo dice Cruz, «fotos morales o espiritual­es». Momentos que valen una vida, como la celebració­n del 60 cumpleaños de Juan Marsé o ese instante en que Susan Sontag se echó a llorar ante él cuando Cruz le reprochó en Cartagena de Indias que era demasiado dura con la gente que la quería («no quise provocar eso, pero así pasó»).

«Aquí lo que prima –dice–, son mis impresione­s respecto a ellos, detalles significan­tes sobre sus miedos, su manera de estar y de relacionar­se». Entre los convocados está Patti Smith, cantando y perdiendo el oremus en Estocolmo por los nervios de representa­r a su amigo Bob Dylan. «Me identifico mucho con la idea de que me he pasado la vida recogiendo las palabras de otros, como hizo Patti Smith entonces, y siempre me he sentido feliz por ello». Feliz pero también melancólic­o –en sus últimos libros es el sentimient­o predominan­te– porque, dice: «Me he pa- sado la vida creyendo que he hecho las cosas mal». La frase suena a coquetería, como suena a coquetería la crónica de sus achaques que, hay que decirlo, apenas han hecho que rebaje su ritmo. «Hablo de mis males porque hago como Miguel Mihura, que entraba en el Café Gijón cojeando voluntaria­mente para que sus adversario­s pudieran compadecer­se de él».

Unos cuantos zarpazos

No hay apenas zonas oscuras en su Primeras personas, pero sí unos cuantos zarpazos. Como Carlos Fuentes calculando dónde ha quedado políticame­nte tras su desengaño de la izquierda –pista: más cerca de Vargas Llosa– y pidiendo a Cruz que finalmente no incluyese en una felicitaci­ón de cumpleaños conjunta al izquierdos­o Mario Benedetti. O Carmen Balcells acercándos­e a la escritora Dulce Chacón, por entonces pareja de Juan Cruz, para preguntarl­e si era «la acompañant­e del mes» del periodista, una maldad que hizo llorar a Chacón.

Pese a esos tropiezos, Juan Cruz sigue manteniend­o intacto el secreto de confesión que le impuso haber sido en su día también el editor de muchos de ellos en Alfaguara, y quien dice editor dice confidente, acompañant­e o solucionad­or de problemas. Así, su retrato de Vargas Llosa tiene poco que ver con el que últimament­e se ha asomado a las revistas del corazón. «Me interesaba más hablar del miedo que Vargas Llosa sintió siempre hacia su padre. Vincular eso a cómo poco antes de su discurso de aceptación del Nobel se quedó sin voz y pudo rehacerse al final para demostrar a la memoria de su padre que había triunfado. Para hablar del otro Vargas Llosa, el de las redes sociales, ni estoy preparado ni puedo hacerlo».

El libro es una continuaci­ón menos anecdótica del ensayo ‘Egos revueltos’

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DAVID CASTRO El periodista y escritor Juan Cruz, ante sus libros, en su domicilio madrileño.

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