«‘Molaría tener un hombre pollo’, dijo, y yo me ofrecí»
Lo que sigue es un cuento de Navidad. Lo protagonizan dos vecinos del número 21 de la calle de Badajoz, de Barcelona: Miquel Gallén (1948), que residía con su madre, Lluïsa, en el primero, y David Bueno (1977), en el cuarto. Se saludaban nada más. Hasta que en junio del 2014, el más joven, después de llevar una productora, decidió abrir un bar, El Santet, en la esquina con Icària. La relación se convirtió en una historia de amor y solidaridad.
— David Bueno: Empezamos las obras del bar y Miquelet, que se había jubilado –trabajó en la Vidrafoc–, venía a vernos cada día.
— ¿Solo de visita, señor Miquel?
— Miquel Gallén: Hacía recados, barría los escombros, ayudaba a levantar los sacos de cemento, paseaba a Amaya...
— D.B.: Él tenía su rutina. Se acercaba por la mañana, se iba a comer con su madre, volvía. Cuando al fin abrí El Santet, él siguió viniendo. Entonces, su madre se accidentó... — M.G.: ... el suelo estaba mojado, resbaló y se rompió la pierna.
— D.B.: La ingresaron en un hospital-residencia de Sant Andreu.
— M.G.: Iba a verla todas las tardes. Le lavaba los dientes.
— D.B.: Mientras tanto, venía todas las noches a cenar. Así, durante un año.
— ¿No tiene usted familia?
— M.G.: Tengo un hermano en L’Estartit y una hermana que viene a verme los viernes por la tarde. — D.B.: — M.G.: — D.B.: — D.B.: — D.B.: