Messi es de oro
El Barça golea al Espanyol con una exhibición del astro argentino (0-4)
Ya se sabe lo peligroso que es enfadar a Messi. Está contrastado desde hace muchos años que cuando el astro se ofusca –le ofuscan, mejor dicho–, las consecuencias son temibles. No fue el Espanyol el causante de su irritación, pero pagó un duro tributo sin comerlo ni beberlo. Nadie del club blanquizaul estaba en la gala del Balón de Oro del lunes ni nadie votó para que fuera quinto.
Una humillación para el número uno que, como siempre cuando alguien le perturba, concentra su deseo de venganza por los cauces más admirables. Sin un mal gesto ni una mala cara. Focalizando sus esfuerzos en el juego. Sin maltratar a rivales ni pelota. En realidad, sí que les maltrata con su fútbol.
UNA FALTA A CADA ESCUADRA / El pobre Espanyol sufrió las secuelas del desaire a Messi y se topó con la mejor versión del astro. Con el 10 de verdad. No solo porque canalizara el triunfo barcelonista hacia la goleamó da, porque marcara dos goles de falta (uno a cada escuadra), porque rematara al poste, sino porque arrastró a sus compañeros a disfrutar de un derbi maravilloso y plácido, endosando al Espanyol su cuarta derrota seguida.
El Barça era líder sin jugar, por el empate del Sevilla en Valencia, pero quiso serlo en solitario, por méritos propios. Messi tomó de la mano a Dembélé, dio cuerda a Suárez y, con la protección de un soberbio Arturo Vidal, firmó un derbi inolvidable. Sobre todo para quienes vivían su bautismo en la rivalidad barcelonesa. Como Rubi.
DESORIENTACIÓN BLANQUIAZUL / Rubi sucumbió a la singularidad del derbi, entre que era el primero y se medía al Barça, un equipo no menos singular, con sus extremos y su imparable Messi. El técnico intervino en la alineación, en la pizarra y en el campo, hasta desorientar al equipo, extraviado desde que compareció.
Granero y Baptistao desaparecieron del once (reapareció Víctor Sánchez), el dibujo habitual se transfor- hasta reducirse a un único punta y los centrocampistas fueron de lado a lado durante el primer cuarto de hora. El pobre Melendo, una de las novedades, acabó mareado siguiendo instrucciones defensivas. Nunca para construir. No pudo.
PITOS QUE ACABAN PRONTO / Lo único más o menos habitual fue que Messi marcara. Es el futbolista que más goles se ha apuntado ante los blanquiazules en la historia. En Primera. Sin contar el fútbol base. Allí donde Gerard Piqué cultivó su aversión a los pericos, aunque ha sido de mayor cuando se ha erigido en el más denostado. La pitada que generaba cada intervención suya desapareció pronto. En cuanto el marcador empezó a fastidiar más que el defensa.
Tan incontrolable es Messi, tanto en movimiento por la cantidad de carreras que realizó, como a balón parado con su arte en las faltas, como lo es Dembélé, aunque solo en una de las facetas. Ambidiestro indescifrable, Valverde le devolvió a la izquierda como a principios de Liga, cuando emitió las mejores aportaciones, y dictó la sentencia más pronto de lo que el culé más optimista pudiera imaginar. Entre Dembélé y Coutinho andaba la tercera plaza de la delantera y la disfrutó quien más méritos ha hecho últimamente.
PÉRDIDAS A GRANEL / La acumulación de hombres del Espanyol en el centro del campo no evitó que el Barça tuviera más el balón ni que se redujeran las pérdidas propias, que fueron a granel. La primera conexión azulgrana era con Messi. El desenlace de la incipiente jugada era imaginable. Vivir un uno contra uno contra el 10 del Barça es de las experiencias más espantosas que un futbolista puede sufrir. Le hicieron faltas, sí, pero la primera la enchufó, con lo que el negocio era ruinoso se le derribara o no. Metió dos faltas, para que no hubiera dudas.
No se las quitó de encima el Espanyol, que solo jugó un rato a partir del descanso. Seguramente por la concesión del Barça, complacido con el 0-3 al extinguirse el primer tiempo en la ocasión más complicada para Suárez. El cuarto gol elevó el resultado a castigo para el Espanyol (salvado por dos postes y varias intervenciones de Diego López), al que el VAR le anuló el triste consuelo del gol de Duarte. ☰