La política y el futuro de la ciencia
JORDI
Una vez superados los comicios europeos, estatales, autonómicos y municipales, visto que todos los partidos ganan, también he celebrado elecciones en casa y la ecuación funciona. Vivo solo, peleado conmigo mismo, y aun así he obtenido mayoría absoluta. Soy el vencedor y, animado por el resultado, cumpliré con el programa electoral. Seguiré luchando por la visibilidad, viabilidad y vitalidad de la ciencia. Ahora bien, ¿cómo lo haré? Tan solo soy un científico de a pie, de esos a los que nos da por observar y divulgar las maravillas del planeta. Incluso intento ganarme la vida
con ello. En efecto, lo han adivinado; los científicos y científicas son primates con necesidades tróficas –comer–, de refugio –casa– y otras nimiedades: pagar impuestos y facturas, así como el cuidado de sus mayores o la manutención de la descendencia genética.
Entonces, mientras intentamos vencer a la selección no natural, además de las instituciones y personal directamente involucrados, ¿quién debería apoyar a la ciencia? Pues una buena política científica. Vivimos en unas latitudes donde la desidia, y la mala gestión, han hecho que un buen elenco de las mejores jóvenes mentes hayan migrado al extranjero. Nuestros sénior de renombre también son arrinconados por decreto administrativo. Uno de los profesores con los que me formé, recién jubilado, y sin posibilidad de seguir aquí con su labor, ha sido fichado por una prestigiosa universidad en EEUU. Lo han recibido con los brazos bien abiertos, rodeado de laboratorios y un equipo humano de primera línea. Y eso no es todo. Se han paralizado proyectos de investigación exitosos; por ejemplo, en el campo de la medicina. Cateto no es el de la boina encasquetada que venía del pueblo –ahí había muchos sabios–, sino el que es incapaz de proteger nuestro patrimonio científico. presupuesto para excavaciones arqueológicas, observaciones primatológicas, exploraciones planetarias, etcétera, si ese dinero fuera invertido para subsanar graves problemas en la sanidad, educación y prestaciones públicas. Lo haría si no fuera porque la realidad es otra: se despilfarra en infraestructuras faraónicas y eventos inútiles, mientras no solo se recorta en ciencia, sino que siguen existiendo graves problemas en hospitales, escuelas, pensiones...
Una buena política científica genera riqueza y bienestar. Por lo tanto, a los vencedores y vencedoras, a los gobiernos y a los municipios, les digo que no nos miren como si fuéramos un producto de lujo sino como un bien de primera necesidad. La ciencia aporta desarrollo social, económico y cultural universales: no seamos catetos.