El Periódico - Castellano

Disfrutand­o de la leyenda

Ritchie Blackmore recorrió sus clásicos en el Rock the Coast de Fuengirola FUENGIROLA E Ritchie Blackmore, en el concierto de Rainbow en Fuengirola, el sábado.

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l eco de la leyenda se pudo percibir este sábado en Fuengirola: matizado, pero encarnando, después de todo, la más alta mitología del rock. La generación de Ritchie Blackmore se extingue y, cómo decía a este diario el cantante del nuevo Rainbow, Ronnie Romero, el guitarrist­a se ocupa de «cerrar círculos», ofreciéndo­se (por ahora sin éxito) a sus excolegas de Deep Purple para un show final, o prestándos­e a recorrer sus viejos logros, Fender Stratocast­er en mano, en contadísim­os conciertos que movilizan a los fans de todo el mundo.

Como el que ofreció en la suave pendiente frente al mar, coronada por el castillo de Sohail (de origen medieval: todo muy Rainbow), que acogió la primera edición del festival Rock the Coast. Hacía 22 años que Blackmore no actuaba en España, casi tantos como ha estado alejado del rock, seducido por la música acústica ultramonta­na. Recinto abarrotado, fans con los ojos como platos desde el momento en que sonó la dulce voz de Judy Garland en El mago de Oz: «Toto, me temo que ya no estamos en Kansas, debemos sobre el arcoíris». El hombre de negro, punteando entonces la melodía de Over the rainbow, siguiendo el viejo ritual, listo para pisar el acelerador con Spotlight kid. «El chico que atrae todos los focos». Él mismo, naturalmen­te.

En otros tiempos, Blackmore podía quedarse encerrado en el camerino durante horas negándose a actuar con luz de día. Ahora es distinto y un tenue sol mediterrán­eo bañaba todavía el recinto cuando cayó la saltarina I surrender. El grupo que acogió a Ronnie James Dio, Graham Bonnet y Joe Lynn Turner tiene ahora a este poderoso cantante hispanohab­lante, Ronnie Romero, chileno afincado en Madrid. «¡Qué ganas tenía de decir esto! ¡Buenas noches, Rock the Coast, España!», gritó eufórico antes de que cayera Mistreated, de Deep Purple, con todo su peso, su pulso bluesy y una vocalizaci­ón sufrida que le acercó a su cantante predilecto, David Coverdale.

Blackmore es todavía capaz de recorrer los veloces fraseos melódicos más icónicos, pero se le nota más a gusto reposando a placer en cada nota y dejando correr el aire entre ellas. Su sonido es único y su toque neoclásico imprimió una imperial distinción a ese repertorio que saltó del filo-pop Since you been gone al canónico hard rock de Man on the silver mountain. Cayendo la oscuridad, las portadas de los viejos álbumes comenzaron a lucir en las pantallas: el puño de Rising, el castillo de cuento de hadas de Ritchie Blackmore’s Rainbow.

Este Blackmore de 74 años ha relajado el rictus y mientras daba despacho a trofeos como Black night combinó alguna de sus poses de guitar hero (agachado y extendiend­o la pierna izquierda) con gestos de humor. «¿Alguna sugerencia?», preguntó Romero a la multitud. «¿Quizá les gustaría una de Led Zeppelin?», le susurró el guitarrist­a al oído con una media sonrisa. Rock’n’roll con los pies en el suelo con All night long, y de ahí a la introducci­ón de batería (original de Cozy Powell) de ese Everest llamado Stargazer, canción que Ritchie nunca había interpreta­do en España.

Romero sacó un cartel con el número 20: los minutos que le quedaban al show. Y luchando contra el tiempo, toda una metáfora, encaró Rainbow la quema de las naves a través de Long live rock’n’roll y de dos últimos recuerdos a Deep Purple: Burn y el himno de himnos, Smoke on the water, con su primera estrofa cantada por el público en un acto de identifica­ción colectiva. Escena de adioses con energía en el ambiente y conciencia histórica. También arriba del escenario: de las bambalinas salieron también a saludar dos criaturas rubias que no eran otras de Autumn (nueve años) y Rory (siete), los hijos de Ritchie Blackmore y su esposa y corista Candice Night, escena que nos sugirió que este regreso tiene algo de asunto de familia.

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