El Periódico - Castellano

«Soy el único tornero de madera ciego en España» Fran Ferrer.

Una enfermedad le hizo perder completame­nte la vista y desde entonces se aficionó a moldear troncos con el torno

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—En 2016, mientras conducía, empecé a ver borroso. Pensé que era cosa del cansancio: llevaba cuatro días de ferias. Paré pero me volvió a pasar. Consemis guí llegar a casa pero al día siguiente seguía. En la óptica me dijeron que había perdido el 40% de visión. —Los médicos dicen que puede estar relacionad­o con el riego sanguíneo. Lo llaman neuropatía isquémica óptica bilateral. Mi padre había perdido la vista antes de fallecer; yo la perdí totalmente en abril del 2018. — Sí. Yo siempre me había dedicado a hacer juguetes de madera, material que me gusta porque es muy fácil de trabajar. Cuando empecé a quedarme ciego le dije a mi pareja que por lo menos me llevara a ver una feria en Vallgorgui­na. Allí conocí a un señor con un torno. —Exacto: hasta entonces nunca había usado el torno. Investigué y me acabé comprando un torno pequeñito. Empecé a ir a encuentros de torneros, a hacer cursos... y conocí a un francés que hacía demostraci­ones y que, cuando me vio con el bastón, dijo que quería tornear conmigo. La gente me decía que era peligroso pero a él le llamé la atención. — Es una afición en la que invierto unas seis horas al día: ahora no trabajo, tengo una pensión y estoy cada día en el taller. Formo parte de Atorcas, Les Forgaxes y Amigos da Madeira As Pontes, las asociacion­es de torneros más importante­s de España, y en las tres he podido constatar que soy el único tornero de madera ciego de España: no conocen un caso como el mío en el país; sí hay dos similares en Reino Unido y Puerto Rico. —Me duele que antes podía ver la veta y ahora no y a veces la rompo; otra de penas es que me dicen que hago piezas muy chulas pero no puedo ver qué es eso tan chulo de esas piezas. Sin embargo, sí te confirmo que no ver te hace desarrolla­r una sensibilid­ad y tacto especiales. — Que si quiero me cortan ellos los troncos porque les da miedo, a lo que yo les contesto: «Si me los cortáis, no es lo mismo» (ríe). Alguna vez me he enganchado la mano, pero el torno me relaja mucho. —¡Sí! He hecho exposicion­es en Polinyà, donde vivo, y en agosto me han invitado a una demostraci­ón en Brasil. También he ido a encuentros de torneros y en julio hago unas puertas abiertas en el taller para un casal de niños. — La primera vez que fui a un encuentro de torneros, un señor me dijo que no volviera a tocar un torno si no quería hacerme daño; que lo vendiera y me comprara uno automático. Le dije que para mí no sería lo mismo. Cuando me vio tornear, volvió para decirme: «Olvida todo lo que te he dicho antes».

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