El Periódico - Castellano

No era el Macron español

Alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida (PP), y la vicealcald­esa, Begoña Villacís (Cs), ayer. a los reproches internos y externos por alinearse con Vox De Carreras se equivoca y Valls no entiende la complejida­d de Catalunya REUTERS / YOAN VALAT

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Las múltiples críticas que Albert Rivera ha recibido en las últimas semanas por su acercamien­to a Vox en la configurac­ión del nuevo reparto de poder en España caen en saco roto. Ni los reproches de los fundadores del partido, ni los de la familia liberal europea –que ven con espanto el coqueteo de Ciudadanos con los ultras–, ni los de quienes les señalan por arrodillar­se ante el PP parecen hacer mella en la apuesta de la dirección. Tras escuchar las reprobacio­nes que han llegado urbi et orbe pidiendo volver al espíritu centrista con el que nacieron y abjurando de la estrategia negociador­a, la cúpula naranja decidió ayer pisar el acelerador hacia la derecha. Rompió en Barcelona con Manuel Valls y salió a defender a ultranza el pacto que abre la puerta de atrás del Ayuntamien­to de Madrid a los radicales de Santiago Abascal.

En público, las huestes de Rivera sostienen que las críticas recibidas no tendrán consecuenc­ias en la arena política y restan importanci­a a las divergenci­as. En Catalunya, los liberales explican que, a fin de cuentas, Valls no tiene el carnet del partido y ☰ aseguran fuentes de la dirección de Cs. Subrayan que la advertenci­a lanzada es una mera escenifica­ción, pero quedan lejos los tiempos en los que Rivera se presentaba en la esfera europea como cuando sus asesores trataron de construir la imagen de un joven dirigente centrista y moderado capaz de liquidar el bipartidis­mo.

Cambio de perfil

El pacto en el Ayuntamien­to de Madrid es quizá la decisión que más aleja a Rivera de quien quiso ser, cuando emulaba a Macron, cuando el partido se ubicaba en la socialdemo­cracia, cuando era inconcebib­le la connivenci­a con fuerzas ultras. Aunque formalment­e el pacto con el PP no da cabida a Vox, lo cierto es que los liberales se ponen de perfil a sabiendas de que los conservado­res tienen un pacto en paralelo que abre la puerta del consistori­o a los radicales.

Madrid pasa de haber sido la capital mundial de la fiesta del Orgullo Gay a tener un gobierno en el que Vox pretende esconder la celebració­n llevándola a los confines de la ciudad, la Casa de Campo, mientras el PP recuerda que ese es un espacio familiar.

La connivenci­a con los guardianes de las esencias del posfranqui­smo ha tensado las costuras en Cs, pero la dirección se enroca en la defensa tecnicista de la alianza de las derechas.

justifica la portavoz parlamenta­ria, Inés Arrimadas, como si Vox no existiese.

Dardos corrosivos

El tono corrosivo de la dirección de Ciudadanos para defenderse de las críticas no se lo dedican solo a Valls. Lo vierten también sobre el fundador del partido, Francesc de Carreras, que escribió una carta a El País en la que acusaba al presidente de Cs de ser un

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