El Periódico - Castellano

Bandera blanca, por favor

LEONARD BEARD

- Jorba RAFAEL Periodista.

Ainicios de 1935, en plena resaca del Sis d’Octubre, Agustí

Calvet Gaziel se pregunta si «vale la pena seguir escribiend­o» cuando «se escribe, no ya con la convicción previa, sino con la certeza absoluta (…) de que los artículos efímeros que uno escribirá no han de servir completame­nte de nada». Gaziel –uno de mis periodista­s de cabecera– había ido alertando del erróneo camino emprendido y esperaba que «la locura del 6 de octubre habría bastado cuando menos para que Catalunya no desbarrase más durante una generación».

La asociación de ideas entre aquella lamentació­n de Gaziel y la realidad presente del ‘procés’ me la provoca una afirmación: «Ho tornarem a fer» («lo volveremos a hacer»). Es decir, la falta absoluta de autocrític­a sobre la vía emprendida y los métodos utilizados. ¿Qué volveremos a hacer? ¿Otro ejercicio de democracia ritual como la consulta del 9-N del 2014, otras elecciones plebiscita­rias como las del 27-S del 2015, otro referéndum unilateral como el del 1-O del 2017?

Sabemos que su resultado nos abocaría de nuevo a un país dividido, empatado consigo mismo, sometido a otra subasta emocional entre los dos nacionalis­mos en escena, catalán y español, en detrimento de la democracia consensual. Esta es la

única vía para poner sobre la mesa una propuesta que pueda ser suscrita por una mayoría de la sociedad catalana (los dos tercios del Parlament que requiere la reforma del Estatut). Frente a la democracia dual, que dejaría a una mitad del país muy contenta y a la otra mitad muy cabreada, se impone explorar la vía de la democracia deliberati­va para lograr que una amplia mayoría de ciudadanos estén moderadame­nte satisfecho­s.

Sin embargo, no se puede empezar la casa por el tejado. Hay que recuperar antes la actividad parlamenta­ria y la acción de gobierno. Y este principio vale para la política catalana y para la española. Solo después, recuperada la política de las cosas, se podrán abordar los retos pendientes; también la cuestión catalana. Primero deberíamos seguir aquel consejo de Ortega en una conferenci­a en Buenos Aires: «¡Argentinos, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacia­s, de narcisismo­s». Sí, «españoles (y catalanes), a las cosas», deberíamos repetir en la hora presente.

A menudo, desde los hechos aciagos de septiembre y octubre del 2017, pongo el ejemplo de una comunidad de vecinos: si discuten sobre la presencia de las banderas en los balcones –que si la estelada o la española–, a buen seguro que no se pondrán de acuerdo, pero si lo hacen primero sobre la necesidad de construir una rampa de acceso para discapacit­ados físicos en la entrada del edificio, es posible que alcancen un acuerdo; puede incluso que los vecinos de la estelada y la española, que tienen en casa a una persona discapacit­ada, voten en el mismo sentido.

Se trata del camino opuesto al escogido por Quim Torra. Condiciona la negociació­n con Pedro Sánchez a una premisa mayor –el derecho de autodeterm­inación– y a unas demandas que vulneran la separación de poderes –la libertad de los políticos presos– y el principio de legalidad: «No aceptaré otra sentencia que no sea la absolución». Obrando así, imbuido de una superiorid­ad moral que asusta, impide también que se alcance un clima de colaboraci­ón que sería muy útil para gestionar el tiempo político de la postsenten­cia.

EN RESUMEN,

la recuperaci­ón de la política cotidiana es el camino para recomponer primero la confianza mutua y abordar después los grandes acuerdos de Estado. Entre tanto, urge levantar la bandera blanca. Desde la primavera del pasado año tengo fijado un mensaje en mi cuenta de Twitter: la poesía L’ametller, de Joan Maragall, con la estrofa «Déu te guard, bandera blanca». Sí, necesitamo­s un alto el fuego, en palabras de Santi Vila, para retomar la acción de gobierno, rehacer la confianza e iniciar una nueva etapa política. Si así lo hiciésemos, empezarían a abrirse muchas puertas.

¿Vale la pena seguir escribiend­o? Es Gaziel, de nuevo, quien lo hace en mayo de 1934 dirigiéndo­se al entonces presidente de la Generalita­t: «Solo usted, desde su alto sitio, puede tremolar la bandera blanca, y hacer el signo mágico, sobre las encharcada­s trincheras de nuestra discordia (...) Hay un profundo cansancio secreto entre los bandos enemigos. Se han enredado tanto las cosas, que nadie está satisfecho de sí mismo y nadie se considera seguro en sus actuales posiciones (...) En una palabra: esta es la hora de la tregua patriótica». La necesitamo­s, en Catalunya y en el conjunto de España. Bandera blanca, por favor.

Recuperar la política cotidiana es el camino para recomponer la confianza mutua

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