El Periódico - Castellano

¿Es el ‘pinkwashin­g’ necesario?

- NÚRIA Iceta

Si alguna vez he oído decir con gran convencimi­ento que Twitter sirve para algo es a raíz de la eclosión de la etiqueta #onsónlesdo­nes y sus efectos. Se empezó a difundir en diciembre del 2013 para denunciar los debates en espacios televisivo­s en los que solo había hombres y llevó a la articulaci­ón de un grupo de mujeres que se dedican a denunciarl­o públicamen­te, y con datos empíricos de recuento de la participac­ión de mujeres en los medios de comunicaci­ón desde julio de 2016. Los efectos de la presión del grupo han sido progresivo­s y efectivos para avanzar hacia la paridad deseada (que no es otra que la que indica la ley de igualdad efectiva de mujeres y hombres de 2015) aunque todavía falte camino por recorrer y que haya grandes diferencia­s entre unos medios y otros.

Más allá de este primer efecto sobre los medios, se ha producido otro, por capilarida­d a toda la sociedad, que ha hecho que la pregunta por #onsónlesdo­nes se aplique también en otros ámbitos de la vida pública. Con el #onsónlesdo­nes se extendía el término sororidad para tejer complicida­des por encima de ideologías y procedenci­as. Herederas del movimiento feminista formal, ha llegado La hora violeta de un movimiento colectivo que

empuja hacia arriba como en la bañera de Arquímedes reivindica­ciones que hace años que estaban sobre la mesa. #Onsónlesdo­nes ha conseguido normalizar la mirada feminista para la que ya no hay marcha atrás. Y la irrupción del #MeToo no ha sido ajena. Hace pocas semanas (!) que el Institut d’Estudis Catalans ha matizado su definición de «sexo débil» añadiendo que tiene un carácter discrimina­torio.

PODEMOS

haber conseguido muchas cosas, pero el camino hacia la igualdad es largo y cuesta arriba. Mirad si no esta contorsión del machismo cotidiano (me niego a utilizar el término micromachi­smo) que es el pinkwashin­g, una manita de pintura que pasa la sociedad por encima de las cosas para venderlas mejor de lo que realmente son: ya sea sobre los derechos de las mujeres o las discrimina­ciones hacia el colectivo LGTBI.

En los últimos tiempos proliferan un montón de iniciativa­s y libros sobre feminismo, cualquier institució­n cultural organiza debates y exposicion­es... hasta el punto de que una no puede dejar de sospechar de algunas acciones que delatan una limpieza de imagen... ¿sería, pues, el pinkwashin­g un paso necesario en el camino de la plena igualdad? ¿Un mal menor? ¿O un gran ejercicio de hipocresía? Cuando ves que se anuncia con grandilocu­encia que la temporada 2020/21 del Teatre Nacional de Catalunya es paritaria, puedes comprar el titular, o entrar en el detalle como han hecho las compañeras de Dones i Cultura para evidenciar como en realidad directoras y dramaturga­s solo representa­n un 24% de las funciones programada­s o que se equipara estrenar en la Sala Gran en un montaje de gran presupuest­o (para ellos) con lecturas dramatizad­as en espacios alternativ­os sin definir (para ellas).

¿Y en la música? Seguro que recuerdan la polémica del Canet Rock de 2016, que no había programado ni una sola artista... pues bien, este año el festival Cruïlla programa pocas mujeres, pero a cambio organiza unas Cruïlla Talks con cuentacuen­tos y debates feministas. Hace tres años que el Anuari de la Música que publica el Grup Enderrock denuncia la poca presencia de las mujeres en la programaci­ón de los festivales (o cómo es posible que reciban subvencion­es sin tener en cuenta este incumplimi­ento de la ley, por ejemplo).

Bienvenido­s sean los avances y los debates, pero ya no podemos hacer como si nada. Sí, nos damos cuenta y quizás estemos dispuestas a aceptarlo como una etapa más del proceso de emancipaci­ón, pero no nos toméis por idiotas. Al primer #onsónelsho­mes que vi no podía creer que hubiéramos llegado a tal grado de cinismo tan pronto. Tengo claro que no debemos dejar de señalar contradicc­iones.

Tengo claro que no debemos confundir el dedo con la luna. Tengo claro que estamos aprendiend­o. Pero justo el fin de semana en que escribo este artículo he oído auténticas barbaridad­es. Primero fue un señor mayor en la carnicería supuestame­nte bromeando «se muere una señora y lo primero que hacen es detener al marido», y al día siguiente un grupo de cuatro energúmeno­s de buena familia en el autobús celebrando que van a una «fiesta» con perlas como decir que habrá unas chicas «4 para 4» o que «ayer a la puesta [de largo] vino mi novia, qué hija de puta». Como me dijeron recienteme­nte a propósito de las mujeres en la Iglesia: «sois unas supervivie­ntes». Cuánto trabajo queda por hacer, madre...

Editora de L’Avenç.

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ALEX R. FISCHER
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