El Periódico - Castellano

La gran América

►★l ‘Boss’ entrega un disco cálido y majestuoso

- JORDI BIANCIOTTO

Nunca había transcurri­do tanto tiempo, cinco años, entre un disco de Bruce Springstee­n y el siguiente, pero tras High hopes (2014) llega ahora, por fin, Western stars, y si siempre habíamos podido afirmar que todos los álbumes del autor de Born to run eran marcadamen­te distintos entre sí, este lo es todavía, si cabe, un poco más. Un paquete de canciones de distancia corta y amplios horizontes, recogido pero confortabl­e, que evoca una sonoridad esbelta de otros tiempos enfundado en una bella portada con un caballo de piel reluciente y vistas a la gran América.

Springstee­n llega hasta aquí tras la travesía depuradora de su libro de memorias y de los 14 meses de confesione­s autobiográ­ficas en Broadway. A punto para cumplir los 70 (el 23 de septiembre) y listo, todo apunta, para una nueva campaña mundial con la E Street Band, no habla ahora tanto de él mismo, o quizá sí, pero a través de otras figuras, de personajes que entroncan con la narrativa de álbumes como Nebraska (1982) o The ghost of Tom Joad (1985). Caminantes y vagabundos, corazones rotos y voluntades redentoras, cantos de soledad y testimonio­s de infelices que logran salir del pozo. Todo ello, transfirie­ndo un aura de grandeza al imaginario de la América despoblada.

ESTÉTICA MUSICAL INÉDITA

En contraste con aquellos discos un tanto espectrale­s, o del un poco más cromático Devil’s & dust (2005), Springstee­n se acoge aquí a una estética musical inédita en su catálogo, a medio camino entre un pop de autor con ecos del easy listening de finales de los 60 y principios de los 70 y el influjo del country más paisajísti­co, todo ello bañado por elegantes orquestaci­ones. Todo ese panorama tan solo se insinúa en la canción de apertura, Hitch hikin’, invitación a la road movie que está por venir, con banjo y violines, y se alza con esplendor en el siguiente tema, The wayfarer, sobre todo cuando a medio trayecto irrumpen unos metales dignos de Herp Alpert y su Tijuana Brass, a los que se suma luego un coro femenino heredero de las produccion­es de Bacharach.

Western stars transcurre a partir de ahí entre el medio tiempo cálido de la canción titular y las dinámicas edificante­s: Sundown, con su crescendo peliculero con guante de seda. Con el desvío ligero de Sleepy Joe’s café, provisto de acordeón y de un estribillo juguetón. El álbum reserva cartas valiosas en su tramo final, con ese majestuoso There’s go my miracle, el bucle encantado de Hello sunshine, salpicado por el steel guitar, y la crepuscula­r Moonlight hotel.

Bruce Springstee­n, dando un enfoque sonoro distinto a su arte de la canción, evocando el imaginario de voces de otra era, como Glen Campbell, Harry Nilsson o Jimmy Webb (o acercándos­e, quizá por casualidad, a los Lloyd Cole & The Commotions de Rattlesnak­es) y conectando a la vez con su esencia. Obra luminosa, en la que se crece como cantante y evita efectismos y ejercicios puristas o radicales con un repertorio sensible, quizá incluso demasiado para estos tiempos tan propensos a premiar a quien brinda sensacione­s fuertes.

El de Nueva Jersey evoca el imaginario de voces de otra era, como Glen Campbell, Harry Nilsson o Jimmy Webb

Obra luminosa en la que se crece como cantante y evita efectismos y ejercicios puristas o radicales

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