EL LAZO DE COLAU
El símbolo del ‘processisme’ luce de nuevo en el ayuntamiento Esquerra y JxCat subrayan que la medida incluso llega tarde
La primera decisión de la alcaldesa de Barcelona tras su reelección fue volver a colgar, ayer, el lazo amarillo en la fachada del ayuntamiento, contra el criterio de sus socios del PSC.
Manualidades municipales. Dé un giro de 180 grados a uno de los dos extremos de un lazo amarillo y únalo con la otra punta. Obtendrá usted así una Banda de Moebius, un prodigio de las matemáticas, un objeto sorprendente, tanto que hasta 1858 los topólogos no se dieron cuenta de su existencia, una superficie plana con una única cara, sin reverso, perfecto para escribir en él verdades que no admiten cara b. A esta horas, pocos lectores quedan ya que aún no lo sepan, pero Ada Colau, tras la sulfúrica celebración de su reelección como alcaldesa –cuando menos iza, rabiza o colipoterra, de todo la llamó la parroquia indepe congregada en media plaza de Sant Jaume–, ha vuelto a colgar el lazo amarillo en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona, con la opinión en contra de su principal aliado, el PSC, y se da por hecho que el rechazo también de Manuel Valls, quien envió a la reunión en la que se iba a tratar la cuestión a dos de sus concejales y, ¡oh!, cuando salieron por la puerta, resulta que ya no lo eran, formaban parte de una escisión cocida en Madrid en ese interludio.
La decisión, lo dicho, es única y exclusiva de Colau y sus concejales. No se ha votado. Formalmente, la reunión que ayer celebraron los representantes de los partidos con representación en el consistorio barcelonés era una simple toma de contacto, ni siquiera era una junta de portavoces, porque los grupos municipales aún no se han constituido. En agenda, lo previsto era que el secretario municipal informara de qué pasos prevé el reglamento para los próximos días. Terminada su intervención, Janet Sanz, número dos de la alcaldesa, sacó la cuestión del lazo. No hubo sorpresas. Solo matices de color, que no hay que ser Kandinski para aceptar que son importantes.
Esquerra y Junts per Catalunya (JxCat) apoyaron lógicamente la propuesta de volver a colocarlo, pero como son oposición no le concedieron ni un palmo de terreno a la alcadesa. El republicano Jordi Coronas, por ejemplo, se extrañó de que Colau preguntase por ello. Lo hará por cortesía, supuso. Su tesis es que la prohibición de la Junta Electoral Central de colgar simbología partidista en la fachada del edificio consistorial caducó la noche de las elecciones. O sea, que según ERC, Colau llega tarde. Elsa Artadi transitó más o menos el mismo hilo argumental. Si Barcelona en Comú pretendía tender puentes tras la guerra sin cuartel del sábado, vamos, el día en que la plaza de Sant Jaume parecía Twitter, quedó claro que va a necesitar un cuerpo de zapadores con más tropa que Sanz y Jordi Martí, que le acompañó en la reunión.
LA HORA DE LOS WASAPS
Lo interesante, claro, no era tanto la opinión de las fuerzas ‘processistes’, sino la reacción de quienes facilitaron la investidura de Colau. La de Valls habrá que imaginarla, porque los dos ciutadans salieron de la reunión abrumados por lo ridículo de la situación. Al parecer, a media reunión comenzaron a llegar a los teléfo
nos de todos los presentes la ruptura de Albert Rivera con Manuel Valls. Ni siquiera aprovecharon la presencia de micrófonos para hacerse valer como nueva oposición.
En nombre del PSC, y a las puertas de una negociación para formar un gobierno bipartito, el reto lo tenía Laia Bonet, número dos de Collboni. Construyó un castillo de naipes argumental. Primero, sostuvo Bonet que lo que acordara la última junta de portavoces del anterior mandato es agua pasada, que para algo se celebran elecciones, no para perpetuar decisiones de anteriores mayorías.
En segundo lugar, los socialistas reconocieron que BComú, ERC y JxCat suman mayoría en el pleno, pero creen que una decisión como la del lazo merecería un mayor consenso, porque (a las pruebas del sábado basta remitirse) divide y mucho. En cualquier caso, no parece que este vaya a ser un obstáculo para que se abran formalmente las negociaciones para conformar un bipartito municipal. La tesis de defensa del PSC es que Collboni ya se sentó en la misma mesa de gobierno de Colau pese a que en lo simbólico les separaba un mundo. Es una tesis que, no obstante, pasa de puntillas por el hecho de que fue lo simbólico a lo que se aferró Colau para romper con Collboni en el anterior mandato.
Bill Bryson, autor de notables libros de viajes y un todólogo como pocos hay, confesó en una ocasión que uno de los mayores placeres de vagar por el mundo es coger la prensa local durante el desayuno y comprobar cuánta tinta se dedica a cuestiones que no tienen la menor repercusión en otras latitudes y longitudes del planeta. En descargo de la prensa local barcelonesa hay que revelar que la docena larga de periodistas que esperaban a que terminara esa primera reunión agendada por el secretario municipal coincidían en subrayar la irrealidad del momento, en lo anómalo de que la primera urgencia de la ciudad sea el lazo, pero así lo ha decidido la alcaldesa y así lo expresó Sanz con semántica 100% ‘processista’: «Queremos la libertad de los presos políticos».