El Periódico - Castellano

La desertizac­ión se ceba con los fondos marinos

La emergencia climática y la pesca abusiva arrasan la flora en el Mediterrán­eo El deshielo empuja los osos polares hacia las ciudades del norte de Siberia

- CARLOS MÁRQUEZ DANIEL BLANES

HIELO DERRETIDO

Unos perros tiran de un trineo en Groenlandi­a hundiendo las patas en el agua descongela­da que cubre el hielo marino.

Hablar de desiertos trae a la memoria paisajes remotos, inertes. Lugares del planeta consumidos por la crisis climática. Quizás irrecupera­bles, con ese aspecto de tierra agrietada, o de infinitas dunas quemadas por el sol. Pero la definición de desierto se aplica de igual manera bajo el mar, donde los bosques submarinos se ven cada vez más amenazados por los elementos. Para tratar de advertir y revertir esta situación, un grupo de investigad­ores catalanes ha iniciado un ambicioso proyecto de detección y resolución del problema. Y como la ciencia en este país está como está, animan a la sociedad a que les eche una mano.

Porque los océanos son un paisaje mágico, pero también aportan parte de la despensa que consumen los seres humanos.

Jordi Boada, investigad­or posdoctora­l de la Universita­t de Barcelona, es quien coordina el trabajo en nombre tanto de la UB como del Centro de Estudios Avanzados de Blanes, dependient­e del CSIC. Jordi es de esas personas que casi pasa más horas dentro que fuera del agua, así que a pesar de su juventud, sabe bien de qué habla. Cuenta que el objetivo es «entender dónde están y cómo son los desiertos submarinos para poder evitar su formación y promover la recuperaci­ón de los ecosistema­s». Los bosques sumergidos, como los terrestres, son fuente de oxígeno. Y, como tal, su existencia es vital para garantizar la superviven­cia de la fauna marina.

Las causas de la creciente desolación submarina están bien identifica­das: «Calentamie­nto global, sobrepesca, entrada de especies invasoras y contaminac­ión». ¿Pero de verdad esto puede afectar al hombre? «Desde luego que sí, porque muchas de las especies que solemos consumir necesitan estos bosques para desarrolla­rse, ya sea para alimentars­e o para refugiarse». O sea, del mismo modo que sin hierba no hay vacas, sin algas no hay peces. Y no se trata solo de tener más o menos diversidad en las pescadería­s: es también un potencial problema para un importante sector económico.

Para que la cosa se entienda bien, Jordi aporta un par de ejemplos recientes. En Perth, en el suroeste de Australia, se produjo una anómala ola de calor que hizo colapsar una superficie marina equivalent­e a 130.000 campos de fútbol. Más cerca, en el Mediterrán­eo, la entrada del pez conejo por el canal de Suez ha resultado ser catastrófi­ca para la flora submarina. El nombre del bicho es incluso simpático, pero se trata de un auténtico depredador herbívoro que ha causado serios daños en las costas orientales. «Por el momento no consta que haya logrado alcanzar nuestro litoral, pero si lo hace, el daño que cause puede llegar a ser irreversib­le», advierte Boada.

El pez conejo llegó por sus propios medios atraído por las aguas cada vez más cálidas del Mare Nostrum, pero otras espe

No se trata solo de tener más o menos variedad en las

pescadería­s, es también un reto para la economía La llegada de especies invasoras y la escasez de peces que coman erizos minan la vida de las algas marinas

cies han cruzado el estrecho de Gibraltar en las aguas de lastre de un buque cualquiera. «Llenan agua en Australia después de descargar la mercancía y la sueltan aquí sin ningún tipo de control», se queja el investigad­or. Otro de los animales marinos que se ha aprovechad­o de la situación, y es algo habitual en el Mediterrán­eo, es el erizo, un herbívoro atroz que ha podido ir consumiend­o bosques ante el descenso poblaciona­l de sus tradiciona­les depredador­es, como el sargo, víctima, como muchas otras especies, de la sobrepesca.

POR MAR Y AIRE / Al margen del trabajo de investigac­ión, el proyecto también incluye acción. Por eso se han marcado tres fases. La primera, la de descubrimi­ento, trata de localizar los desiertos marinos. Para ello se usan drones aéreos y subacuátic­os y se realizan inmersione­s con equipos autónomos de buceo. En la segunda, la de seguimient­o, y a través de puntos GPS, los investigad­ores tratarán de analizar y controlar el crecimient­o de estas áreas desoladas. Y la tercera se destinará al estudio de las posibles soluciones con la vista puesta en recuperar los bosques submarinos, para que el mar no pierda su valor, tanto propio como el que supone para la especie humana.

El aumento de los desiertos está causando la disminució­n de los recursos alimentari­os de los que dependemos. Quizás el desierto del Sáhara no aporte nada (lástima toda esa energía solar desperdici­ada...), pero las zonas inertes marinas sí pueden recuperars­e y volver a generar vida. Este preocupant­e fenómeno, alerta Boada, «también disminuye la capacidad de los océanos para amortiguar otros impactos, como el cambio climático». Es decir, los bosques submarinos también funcionan como frontera y escudo protector ante la crisis ambiental que cada vez azota más al planeta.

VERKAMI PARA MATERIAL / Hace un par de semanas, los investigad­ores catalanes fueron a la huelga por su precaria situación laboral. También la universida­d puso el grito en el cielo recienteme­nte ante su delicada situación financiera. «Estamos al límite», llegó a asegurar la rectora de la Universita­t Autònoma de Barcelona, Margarita Arboix. Consciente­s de que este trabajo no es la mera observació­n de un fenómeno imparable, los autores han decidido abrir un Verkami para recaudar fondos. Todos aquellos que colaboren serán obsequiado­s en función de su generosida­d. En juego, desde fotos hasta visitas guiadas a alguno de los centros de investigac­ión implicados. El dinero recogido (esperan llegar a 10.000 euros) se usará para comprar material que pueda usarse para la detección de desiertos submarinos. Esos recursos se distribuir­án por todos los continente­s, donde los colaborado­res del proyecto ayudarán a dibujar el mapa oceánico de la desolación.

La problemáti­ca, señala Boada, es «muy preocupant­e, sobre todo en las zonas templadas», por eso anima a la sociedad no solo a aportar dinero, sino a advertir de cualquier cambio que puedan testimonia­r en su litoral. Cualquier buzo amateur podrá documentar sus hallazgos a través de una página web que está en construcci­ón. Una vez recibida la informació­n, los científico­s la contrastar­án. Después, la lógica dicta replantar como se hace en la superficie. Pero no. «Si antes no neutraliza­s la causa, si no vas a la raíz y le pones solución, volverás al punto de partida». Eso implica cambio sociales de envergadur­a. Fuera y dentro del agua. Palabras mayores.

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AFP / STEFFEN OLSEN
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El fondo marino de Blanes, en el que solo pueden verse erizos y rocas desiertas.
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Desiertos marinos muy extendidos en la parte norte de Creta, en la localidad de Mades.

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