La pureza
JOSEP MARIA
Cómo son las fronteras en política? ¿Quién delimita las líneas rojas? ¿Quién hace caso de ellas? En este país, la implantación del 155 significó un antes y un después. Unos bloques que ya estaban enfrentados levantaron aún más muros, porque la conculcación de la autonomía, la llegada de un poder ajeno agrietaron las posibilidades de entendimiento. Entre otras cosas, se destruyeron pactos locales: la losa de la intervención y de todo lo que aquello, simbólicamente, suponía era más pesada que cualquier filigrana municipal. Buenos y malos,
fronteras estrictas, severas, y ejercicios de funambulismo para quienes querían atravesar el vacío a través de una maroma que se deshilachaba, oscilando sobre el precipicio.
Llegan los ayuntamientos, se constituyen con miradas sutiles, seductoras o airadas, con antiguas rivalidades, el viejo y conocido olor de la vara de alcalde, y las fronteras se vuelven blandas, translúcidas. El rojo de las líneas se difumina. Nadie podrá decir que no ha pactado con el enemigo, poco o mucho. Y tal es la lección de estos días: la pureza es una virtud ajena a la política. Y quizá es bueno que sea así.