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El ‘barricidio’ de Sant Antoni tumba la escuela Griselda

El colegio, con 70 años de historia, cierra al acabarse su contrato de alquiler El centro, laico y sin ánimo de lucro, era todo un ejemplo de integració­n

- BARCELONA HELENA LÓPEZ

El cruce entre Parlament y el pasaje de Pere Calders podría considerar­se algo así como el epicentro del terremoto gentrifica­dor que sacude desde hace años el barrio barcelonés de Sant Antoni. Allí se levantan –y mucho, ya que para acceder a ellas no queda otra que subir una considerab­le escalinata– las Escoles Griselda. Colegio cooperativ­o arraigado desde hace 70 años a este barrio popular, que mañana, cuando terminen las clases, cerrará las puertas para siempre. Nunca un final de curso había resultado un trago tan amargo. Se les termina el contrato de alquiler tras haber exprimido todas las prórrogas posibles y les ha sido imposible encontrar en el barrio un local alternativ­o donde seguir con el proyecto: una escuela pequeña, de una línea, «laica y catalana», en la que conviven niños de orígenes geográfica­mente muy diversos, pero muy parecidos en cuanto a clase, popular; en la que ninguna familia es perseguida por no poder pagar la cuota, y en la que no son pocas las que no pueden.

«Hemos sido siempre una familia», resume Lourdes Boquer, presidenta de esta cooperativ­a sin ánimo de lucro. No lo dice por decir. Es exalumna, hija de maestra y profesora de la escuela desde los 19 años. Con el cierre se jubilará, y la cooperativ­a, en la que ya solo quedan dos socias, ella y otra de las profesoras, no ha logrado encontrar relevo, ya que era económicam­ente inviable. «Nos cierran el colegio de los gitanets de la calle de la Cera, ¿adónde vamos a llevar a nuestros niños ahora?» Esta es una de las frases más repetidas estos días en esta puerta de entrada del Raval. Pese a que la escuela está en Sant Antoni, está a pocos metros del Raval, de donde proviene mucho de su alumnado, además de los hijos de la cuna de la rumba. Es un colegio con una gran matrícula viva, donde siempre encuentran (encontraba­n) las puertas abiertas –y plazas disponible­s– las familias de origen migrante que llegan a la ciudad a mitad de curso. En los últimos años predominan las de origen asiático.

SORPRESA PARA 174 ALUMNOS / El próximo curso, la escuela formará ya parte de ese Sant Antoni que poco a poco se va borrando. «Tengo alumnas que son nietas de exalumnas mías», explica Boquer para retratar hasta qué punto esta es una escuela familiar y hasta qué punto su vida está estrechame­nte vinculada a la de la escuela. Estos días no ha parado de recibir mensajes de apoyo. Habla desde la sala de profesores del centro –convertida estos días en un despacho descentral­izado del Consorci d’Educació–, desde el que se está intentando recolocar de la forma menos traumática posible a los 174 alumnos a los que el cierre les ha pillado por sorpresa.

«Aunque ahora la escuela tenga que cerrar, siempre recordaré estos momentos, y cuando tenga hijos o algo por el estilo, se lo contaré. Esta escuela me gusta tanto como los pancakes», cuenta Aimar, alumno de quinto que en septiembre se verá obligado a vivir un nuevo proceso de adaptación para un solo curso, ya que al siguiente ya irá al instituto y vuelta a empezar. Su madre, Encarna Martínez, aún está en shock tras conocer la noticia, hace dos semanas, «a pocos días de las vacaciones y después de cerrarse el proceso de preinscrip­ción», critica. «Esto es un duelo, cada uno lo lleva como puede», se sincera. A ella, el cuerpo le pedía protestar. Denunciar que no podía ser que cerraran una escuela, así, de un día para otro. Una escuela como la suya, tan diversa, con esa función social, pese a ser concertada.

Como ejercicio para que los niños pudieran expresar todo lo que sentían por tener que separarse –la escuela desaparece y a estas alturas les dispersan como pueden, donde pueden, en centros distintos, evidenteme­nte–, Encarna organizó un taller de vídeo en el que los compañeros de su hijo pudieron compartir sus miedos. El taller lo preparó la madre de un alumno, sí, en horario escolar, sí. Lo de que esta escuela es como una familia no es un lugar común.

«Siempre hemos sido una familia», resume Lourdes Boquer, exalumna, docente y presidenta de la cooperativ­a El colegio es ya el último inquilino de una finca de Núñez y Navarro, para el que la dirección tiene solo buenas palabras

BOMBÓN INMOBILIAR­IO / Las ventanas de la parte baja del edificio, un bombón inmobiliar­io, están tapiadas. El colegio es ya el último inquilino de la finca, propiedad de Núñez y Navarro, casero para el que Boquer solo tiene buenas palabras. El contrato terminó hace 15 años, pero la cooperativ­a encontró la vía legal para alargarlo, primero 10 años y después, cinco más. Hasta diciembre del 2019. «La propiedad ha tenido paciencia con nosotros y siempre que hemos tenido algún problema ha respondido. Nos ofrecieron además una alternativ­a en unos locales aquí al lado, en Manso», prosigue la maestra. Pero tuvieron muchos problemas con los permisos –el

patio interior, donde debería ir el patio del colegio, está calificado como zona verde–, además de que el local necesitarí­a una inversión de 700.000 euros, dinero del que no disponen.

SIN ALTERNATIV­AS / Pese a que las familias conocieron la noticia hace dos semanas –había incluso 14 niños preinscrit­os para empezar P-3 el próximo curso–, el final de la cooperativ­a empezó a gestarse hace dos años, el tiempo que llevan buscando sin éxito un local alternativ­o que pudieran pagar. No lo encontraro­n. Tampoco han podido acogerse al nuevo decreto ley que permite el paso de escuela concertada a pública, ya que no disponen de local. «Ha confluido todo», resume la veterana maestra.

Con el paso del tiempo y la apertura de una escuela pública justo al lado con un equipamien­to mucho más atractivo para las familias, la escuela fue perdiendo matrícula local y ganando matrícula viva, convirtién­dose en centro de alta complejida­d. Se da la paradoja de que en este caso el colegio segregado es el concertado, no el público. El futuro del edificio una vez quede vacío aún es incierto. Lo que es seguro es que no acogerá un proyecto como el actual ni nada que se le parezca. Que Sant Antoni, el barrio de las vinotecas y las tiendas cool, perderá una escuela que a sus alumnos les gusta tanto como el pancake. UN EMOTIVO VÍDEO / Finalmente se irán sin hacer demasiado ruido pese a lo que le pedía el cuerpo a la combativa madre de Aimar quien, eso sí, ha inmortaliz­ado los últimos días de esa familia llamada Escoles Griselda en un emotivo y reivindica­tivo vídeo en que los niños, que dicen que siempre dicen la verdad, hablan de especulaci­ón y de administra­ciones que cuidan más un mercado que un colegio. Un vídeo que podrá enseñar a sus nietos, como le gustaría al pequeño Aimar.

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Alumnos de la escuela Griselda juegan en el patio.
 ?? JOAN MATEU PARRA ?? Dedicatori­as de los escolares a la escuela Griselda.
JOAN MATEU PARRA Dedicatori­as de los escolares a la escuela Griselda.
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JOAN MATEU PARRA

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