Arderius
PERIODISTA Las cosas buenas que tiene Barcelona Hay un tejido, al margen de las instituciones, que funciona, que tiene mucho poder, que crea
Me ha pasado este verano, que viajando y hablando con la gente, mi interlocutor reaccione con cara de admiración y envidia cuando le explico que vivo en Barcelona. Mi respuesta a todas las alabanzas que he recibido sobre cómo de bonita y divertida es mi ciudad no ha sido tan alegre, se ha limitado a una sonrisa un poco forzada. Siguiendo a distancia lo que ha pasado aquí estas últimas semanas es evidente que este no es el mejor verano. Los problemas de seguridad que se arrastran desde hace meses y que han explotado con fuerza son como para no estar muy orgullosos de Barcelona. El problema ya no solo son los hurtos, es la violencia y las víctimas mortales que ha dejado. Cuesta, estos días, encontrar noticias positivas que tengan como sujeto Barcelona. Por eso necesitamos más que nunca reconci
liarnos y reconocer de nuevo la ciudad, que ahora se nos hace extraña.
Pueden ayudar las fiestas de Gràcia, unas fiestas con un ADN tan barcelonés que nos pueden recordar que en esta ciudad pasan cosas buenas y que la crisis de seguridad y convivencia que vivimos se puede revertir. No soy gracienca y las fiestas de Gràcia no me han emocionado nunca tanto como a los que tienen pedigrí pero reconozco su poder, tanto como para convocar a toda una ciudad. Como Barcelona, las fiestas también han cambiado y evolucionado. Hace unos años las reivindicaciones eran violentas y radicalizadas; ahora son mucho más pacíficas, se centran, como en la mayoría de fiestas, en evitar el acoso y las agresiones a mujeres.
También se ha intentado conciliar la convivencia entre vecinos y visitantes, poner límites a los horarios y fomentar el reciclaje y la limpieza. Las fiestas de Gràcia también han visto pasar gobiernos y alcaldes, son la pretemporada de la política municipal, con los tradicionales paseos de concejales reapareciendo después de vacaciones y haciendo las primeras declaraciones del curso político. Pero lo mejor de las fiestas y lo que nos puede ayudar estos días son sus impulsores, los vecinos.
Las fiestas de Gràcia demuestran que en Barcelona hay un tejido, al margen de las instituciones, que funciona, que tiene mucho poder, que crea comunidad. Tiene la capacidad de debatirlo todo, de cuestionarlo todo y de movilizarse y organizarse. Este poder vecinal tiene mucho que ver con la transformación de la ciudad. Ha servido para mejorar los barrios cuando estos eran periferia, el transporte, para denunciar lo que no funciona, para evitar que muchos barceloneses se queden atrás, que pierdan su casa. El tejido vecinal cuida y es capaz de llegar donde no llega el ayuntamiento.
Así que en un momento en que Barcelona no nos da muchas alegrías y que nos ofrece una fotografía en la que no nos reconocemos, las imágenes de los ‘graciencs’ trabajando de forma altruista en la decoración de las calles devuelve la esperanza en una ciudad que a veces parece demasiado dura, poco amable y muy poco Barcelona. Estos días cruzaremos los dedos, esperaremos que ni la lluvia ni los incívicos rompan la decoración y que sobre todo las fiestas de Gràcia sean unas fiestas y queden al margen de un verano con demasiados sustos.