El Periódico - Castellano

La balsa de Lampedusa

- ANNA Cristeto DIRECTORA

La balsa de la Medusa, la obra más conocida del pintor romántico Théodore Géricault, retrata el naufragio de la fragata francesa Meduse ocurrido en 1816. De las 147 personas que quedaron a la deriva, solo 15 lograron sobrevivir tras casi dos semanas de hambre y deshidrata­ción. La obra, expuesta en el Louvre e inicialmen­te censurada por las autoridade­s francesas, reveló la desidia de estas en el rescate.

El fundador de la oenegé Proactiva Open Arms, Òscar

Camps, ha recuperado en un tuit la imagen de este truculento capítulo de la historia para denunciar la situación extrema de los 157 migrantes que llevan a

bordo de su barco 12 días ante las aguas de la isla italiana de Lampedusa a la espera de que se les permita desembarca­r. «La historia cambia, si nos dejan cambiar la historia», ha escrito

Camps en alusión a todos los gobiernos y a la Unión Europea.

Mientras el velero Astral se acerca para dar apoyo logístico, el destino de las personas que se lanzan al mar para huir de las terribles realidades de sus países de origen sigue embarranca­do en la arena política. La negativa de Italia y Malta evidencia un problema aún mayor: la falta de intervenci­ón de Europa alegando que ninguno de sus países miembros lo ha solicitado.

Cruce de acusacione­s

La oenegé acusa al Gobierno español de ponerse de perfil. El ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, solivianta­do por la afirmación, dice sentirse interpelad­o por lo dramático de la situación pero agrega que le molestan «los abanderado­s de la humanidad» que piensan que solo son ellos los que salvan vidas.

La situación es muy compleja y el cruce de acusacione­s, estéril. Al mismo tiempo que debe articulars­e, y cumplirse, una política migratoria común entre los socios europeos, la Unión debe recordar los valores de la libertad, la igualdad y el respeto a la dignidad humana sobre los que se erigieron sus bases. Mientras los estados, con o sin puertos, actúen de manera discrecion­al respecto a la inmigració­n, los Salvinis de turno jugarán a su antojo con la narrativa del miedo. Por ahora, en Europa, aquel lejano naufragio de dos siglos atrás se evoca hoy con demasiada frecuencia.

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