«No sé cuándo volveré a ver a mi hijo»

Hace cinco meses el hijo de Latifa desapareció para no volver. Tenía 17 años y hacía varios que había dejado la escuela para ponerse a trabajar. Era pescador. Sus ojos habían visto zarpar demasiadas pateras. Y aprovechó que coincidió con una y no se lo pensó. Saltó, sin más. Ahora vive en un centro tutelado en Sevilla. «No sé cuándo volveré a verle, espero que consiga lo que quiere», dice su madre entre sollozos.

Pasaron tres días hasta que la mujer supo el paradero de su hijo. Era habitual que pasara varios días en alta mar. Pero cuando recibió la llamada («mamá, estoy en España»), las piernas le temblaron. «Al menos no se murió». Su hijo hacía demasiado tiempo que quería ir a Europa. Ella le imploraba que no lo hiciera, que con la pesca se podía ganar bien la vida. «Cuando se les mete esto en la cabeza es imposible disuadirles». Los ruegos de esta madre caían en un pozo sin fondo. Esta era la quinta vez que su hijo intentaba cruzar el Estrecho. En la cuarta, la policía lo pilló y lo encarceló durante seis meses. «No hay nada peor, ni esto le disuadió», lamenta Latifa.

Ella considera que su hijo ha sido víctima. «Víctima de una idea de vida próspera en Europa». Todos sus amigos estaban en España en centros tutelados. «Cada día veía las fotos de sus amigos». Salían bien vestidos, con dinero... «Era imposible sacarle eso de la cabeza».

¿Cómo vive una madre sa

biendo que su hijo está tan lejos? La respuesta se ve en sus ojos, vidriosos. «En el centro me dicen que se porta bien». Esto es lo que la consuela. Pero una pregunta le inunda la cabeza. «¿Y si yo me muero? Quizá no nos volvemos a ver nunca más, ninguna madre quiere tener a su hijo tan lejos».

La realidad es que ella no le puede abrazar. Latifa confía en que su hijo conseguirá su sueño, tendrá un trabajo y la vida que ansía. Y se convence de que es la elección de su pequeño. «Es lo que hay, tiene que vivirlo, si le va mal espero que vuelva a casa».